Un periodista cuyos padres fueron torturados y asesinados por la dictadura militar argentina, viaja de España a Buenos Aires en busca de verdad y de venganza. Pero se enamora de la hija (buena) del comisario asesino (malo). Y la hija (buena) comienza a pensar sobre sus orígenes y se acerca a Abuelas de Plaza de Mayo. Como todo film que trata sobre los crímenes de la dictadura, decir algo en contra implica que a uno lo tilden de mal tipo. Pero allá vamos: en primer lugar, el film no termina de decidirse entre el abstracto suspenso (efecto universal y metafísico) o la denuncia puntual (efecto de corto alcance en el tiempo). En segundo, cae en la manipulación casi infantil de que si el hijo de una persona mala es bueno, es porque no es su hijo -como si el mal fuera un gen hereditario, lo que en última instancia disuelve la tensión emocional de los personajes. Es loable la intención de utilizar un contexto reconocible para plantear una fábula moral, hasta que el contexto deja de serlo y pasa a ocupar el centro de la escena. Entonces, la fábula se vuelve publicidad.