En esta extraña mezcla de comedia y tragedia se narra un encuentro navideño de un grupo de amigos ante la víspera del posible fin de la vida humana sobre la Tierra. Con Keira Knightley, Matthew Goode y Roman Griffin-Davis.
Debe haber pocas películas más curiosas, en lo que respecta a su tono, que LA ULTIMA NOCHE. Han habido y hay comedias negras sobre el fin del mundo y dramas o films de terror sobre cataclismos de ese tipo, pero raramente uno se tope con una mezcla entre comedia romántica y trágico drama sobre la destrucción del planeta que proponga un tono como el de esta película indiscutiblemente británica. Si uno se guía por sus primeros 15 minutos tendría la impresión que verá una de esas comedias de enredos que transcurren a lo largo de una reunión navideña entre varias parejas de amigos. Y aún cuando se revela la gravedad del acontecimiento que en realidad los ha reunido, los intercambios humorísticos continúan. Lo curioso es que, cuando el caos se desata, la película se toma muy en serio lo que está pasando sin dejar de colar humoradas aquí y allá. El espectador no sabrá muy bien cómo disponerse ante la propuesta. Y esa incomodidad, en algún punto, le será beneficiosa.
Como una combinación entre la reciente NO MIREN ARRIBA, que también es una película sobre el fin del mundo pero apuesta a la comedia en casi todos sus niveles, y MELANCOLIA, de Lars Von Trier, que tiene como eje de su trama un inminente impacto destructivo pero en términos claramente trágicos, LA ULTIMA NOCHE bascula entre esas maneras de enfrentarse a un hecho terrible. Y a eso le suma una serie de apuntes muy británicos que podrían ser definidos como «mantengamos las apariencias y la ironía como si nada realmente importante fuera a suceder». Y eso es lo que pasará en la reunión navideña que tiene lugar en el hermoso caserón de la campiña inglesa en el que la familia que integran Nell (Keira Knightley), su marido Simon (Matthew Goode) y sus tres hijos reciben la visita de un grupo de amigos.
El grupito de invitados incluye a la impulsiva Sandra (Annabelle Wallis), su «aburrido» marido Tony (Rufus Jones) y su hija Kitty (Davida McKenzie), que tiene un aire un tanto peculiar; a la pareja lésbica que integran la simpática Bella (Lucy Punch) y la un tanto más tímida Alex (Kirby Howell-Baptiste), y a la dupla compuesta por el médico James (Sope Dirisu) y su nueva y joven novia estadounidense Sophie (Lily-Rose Depp), que está embarazada y a quien se nota entre incómoda y molesta por la manera en la que todos parecen comportarse como si nada pasara. Toda la presentación invita a ver una comedia de enredos, celos, revelaciones y otros problemas típicos de una reunión de este estilo, pero de a poco vamos escuchando comentarios que dan a entender que algo más pasa ahí. Y pronto se revela: el acontecimiento será también una celebración de «la última noche» antes de la llegada de una nube de gases tóxicos que acabará con la vida en el planeta Tierra. Y las familias han decidido enfrentar ese desastre inminente juntos, tratando de atravesarlo lo mejor posible, entre comidas, bebidas, bailes y festejos varios.
El verdadero protagonista de LA ULTIMA NOCHE (SILENT NIGHT) es Art, hijo de Simon y Nell (sus otros dos hermanos mellizos funcionan como ocasional relevo cómico), un chico visiblemente atribulado con lo que va a suceder y que, como Sophie, no entiende muy bien la manera en la que los adultos de la sala actúan al respecto y hasta se dan regalos navideños. Es que todos se han puesto de acuerdo en hacer algo específico ante la calamidad que se acerca (que no revelaremos acá) y el chico no quiere saber nada con ser parte de eso. En su manera juvenil y hasta esperanzada, duda sobre lo que le dicen que pasará y cree que debe haber alguna manera de hacer algo para detener lo que en apariencia se viene, de enfrentarlo y combatirlo. Y por más que los adultos le insistan con que eso no es posible, el pequeño Art (interpretado por Roman Griffin-Davis, el chico de JOJO RABBIT, que es además hijo de la realizadora, al igual que los mellizos que encarnan a sus hermanos) se obsesiona con la idea.
La amenaza se hará cada vez más presente y la película irá girando su tono, que hasta entonces parecía armado en función de los problemas personales, celos, envidias, reproches y otros típicos platos navideños del evento en cuestión. El giro será raro –fuerte, dramático, potente– y dependerá de las ganas del espectador de pasar de una comedia a un drama sobre la muerte de todos los seres vivos sobre la Tierra de cómo se acomode a la propuesta y la tome. La directora Camille Griffin, en su opera prima, parece muy segura a la hora de mover las piezas hacia una zona más angustiante que lo imaginable al arrancar la película. Y si bien se tropieza con algunas piedras en el camino –es una movida que no es nada fácil, aún para cineastas experimentados–, la radicalidad de la decisión sorprende y la película hace esa transición bastante eficazmente. De hecho, se vuelve más interesante como drama de lo que era hasta entonces.
A diferencia de la popular comedia negra de Netflix de Judd Apatow, aquí la angustia es real y el costado político-ambientalista está mucho mejor dosificado en los rincones de la historia, sin necesidad de discursos altisonantes. Se entiende que se trata de un desastre ligado al cambio climático y queda claro también que la gente de dinero tiene algunos recursos para cuidarse que son mayores que los del resto de los humanos. Y la película sutilmente critica a esos personajes poderosos o de clase alta que nunca hicieron nada para frenar el asunto y ahora se contentan con tratar de que el final sea lo menos doloroso posible… para ellos. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.