La luz mala
Ben (Max Minghella) y Sean (Emile Hirsch) son dos clásicos amigos complementarios; desde la infancia Ben se destacó por su inteligencia y Sean por su desparpajo y don de gentes. Juntos para el éxito y el fracaso, se enfrentan a este último en Moscú, donde un inescrupuloso asociado de ocasión llamado Skyler (Joel Kinnaman) los deja en la estacada con una gran inversión en software. Tratando de superar la decepción de ese viaje trunco, se meten a un bar y encuentran a dos amigas, Natalie (Olivia Thirlby) y Anne (Rachael Taylor), dos americanas "de paso" en Moscú. Y justo, justito esa noche en ese boliche donde se acaban de encontrar, se corta la luz... y comienza la invasión de una extraña raza alienígena.
Los extraterrestres buscan todo lo que buscan siempre en esta clase de películas: recursos naturales... entre los que no se cuentan los humanos, claro. Y los héroes de ocasión serán esos sobrevivientes desconectados de sus raíces, de futuro incierto, atravesando una Moscú arrasada e infestada de extraterrestres "eléctricos" armados apenas con unos colgantes hechos de bombitas de luz.
En algún momento se puede notar una cierta pretensión de similaridad con la más notable (y dramáticamente interesante además) "Batalla en Los Angeles". Pero lo que allí era efectismo patriotero lógico (es decir, coherente con el guión), con buena puesta en escena y gran trabajo de equipo de efectos y camarógrafos, aquí queda desdibujado y burdo por agujeros en el guión, falta de transiciones y una serie de situaciones deus-ex-machina que serían desopilantes si estuviéramos frente a una parodia al estilo de "Marte ataca!" de Tim Burton.
Obvia, sin suspenso, efectista y predecible, la segunda película de Chris Gorak (pichón de Timur Bekmambetov, que figura aquí como productor ejecutivo y es responsable de mamarrachos como ) decepciona básicamente porque no cumple nada de lo que promete. Una película para ver la última noche de la humanidad, sólo si te querés ir indignado de este mundo.