La infidelidad es un misterio a resolver.
En Nueva York, el amor de un matrimonio joven se pondrá a prueba cuando Michael (Sam Worthington) realice un viaje de negocios con Laura (Eva Mendes), su atractiva nueva colega; y su esposa Joanna (Keira Knightley) se encuentre con su antiguo compañero Alex (Guillaume Canet). Ambos se sentirán tentados por sus acompañantes. A lo largo de una noche tomarán decisiones que pueden tener consecuencias para el resto de sus vidas.
Al menos hasta el momento en que uno se descubre inmóvil e híperatento mientras observa sus primeros minutos, La última noche era sólo el título mediocre y poco invitante de la ópera prima de una cineasta llamada Massy Tadjedin. Entre ambas instancias lo que media pasa principalmente por los diálogos, pero también por los buenos intérpretes cuyos gestos y movimientos acaparan toda la atención. Además, y junto al magnetismo que provocan los interesantes intercambios verbales y el trabajo actoral, aparecen otros elementos que completan ese dinamismo, como el simpático jugueteo con el plano y contraplano que por momentos incomoda con su descontextualización o la música, que como si representara las condenas de la moral y la sociedad, acompaña a los personajes con cierta gravedad constante.
Justamente, el mayor acierto en La última noche está en reunir los elementos necesarios para que se produzcan el suspenso y la tensión, pues así es como refleja lo más denso de la infidelidad: la incomodidad, las culpas y los deseos reprimidos conviven más cerca aún de los personajes que el erotismo o la seducción. Consciente del lado angustioso del adulterio que absorbe a sus protagonistas, Tadjedin coloca la puesta en escena en favor de ese conocimiento. No obstante, todos estos esfuerzos parecen rendir fruto de forma desproporcionada, ya que las escenas que comparten Knightley y Canet son considerablemente más logradas en ese punto. Las secuencias que protagoniza la otra pareja de amantes (interpretada por Mendes y Worthington) pierden fuerza frente a la intensidad de aquellos, lo cual da cuenta de un mayor descuido y de una pérdida de eficiencia en la combinación de recursos técnicos que sí funcionaba anteriormente.
Si La última noche contara con su fortaleza dentro de ambos relatos y si, a la vez, no se esforzara tanto por remarcar ciertas situaciones con planos como el que precisa cortar la toma y acercarse a la mano de Joanna sobre su cartera ante la preocupación de que llame su marido mientras está con Alex, la fluidez y naturalidad derivadas quizás alcanzanzarían a terminar de cerrar la idea general. Así, la potencialidad del planteo de esta historia de (¿des?)amor como un acertijo a resolver carece de la solidez suficiente para completar su visión sobre la infidelidad. Pero, aun con sus debilidades, la película de Tadjedin nunca llega a perder uno de sus puntos más fuertes: el misterio, la interrogación. Sin develar las verdaderas consecuencias de las acciones de sus personajes luego de esa noche y con cuidado de no dar respuestas o soluciones, la gran duda del desenlace queda reservada al espectador. Aunque en realidad, y una vez más, Tadjedin nos ha dejado una pista, y justo detrás de la mediocridad del título: ¿Por qué (o con quién) ha sido la última noche?