Preguntas incómodas
La directora y guionista Massy Tadjedin se queda a medio camino con La última noche de aquello que podría haber sido un interesante film sobre infidelidades y reflexiones acerca de las relaciones de pareja cuando el desgaste de una rutina hace estragos y comienzan las crisis y las búsquedas de nuevos horizontes. Pero todo se malogra por no despojarse ni un segundo del convencionalismo y el cliché con un guión explicativo y sobre dialogado en una clara muestra de no saber cómo sumergirse en la psicología de sus personajes y mucho menos encontrar el clima justo y el texto para dar cuenta de una crisis de pareja.
Como en toda película que se encarga de dinamitar un mundo de apariencias desde el primer minuto, el detonante de la historia es una sencilla pregunta que hace Joanna (Keira Knightley) a su esposo Michael (Sam Worthington) tras conocer en una fiesta de negocios a Laura (Eva Mendes), compañera de trabajo con quien el hombre deberá viajar a Filadelfia para cerrar un proyecto de bienes raices y así poder encontrar el ámbito ideal para acostarse con ella durante la estadía fuera de su hogar. Ante semejante inquietud femenina arrastrada por un enojo y la intuición de un potencial engaño, Michael decide contestar con honestidad acerca de sentir cierta atracción por Laura pero bajo el compromiso implícito de que no pasará nada entre ellos dado que es un hombre felizmente casado.
En paralelo a la partida de Michael, a Joanna se le presenta la oportunidad de un reencuentro con Alex (Guillaume Canet), antiguo amante que conoció en París años atrás y que ahora se hospeda en Nueva York con todas las intenciones de recomponer tiempo perdido junto a Joanna.
Con un montaje básico que intenta yuxtaponer situaciones para seguir el derrotero de una noche en que tanto esposos como amantes tendrán la chance de engañar al otro mutuamente, el relato acumula tiempos muertos y digresiones que dilatan la resolución de las historias de infidelidad con una fuerte carga de culpa e interrogantes a cuestas, los cuales sutilmente se irán sembrando en la trama.
La directora, a partir de la puesta en escena que aprovecha las distancias de lugares amplios en un contraste con el acercamiento y la proximidad de los cuerpos, busca crear una atmósfera apta para la seducción con una fuerte presencia de la noche como ese espacio intermedio que alimenta las fantasías y corre el velo de las apariencias para dejar de alguna manera más expuestos a los personajes con sus contradicciones flotando en un ambiente sensual y donde las ataduras del compromiso parecen quebrantarse por lo menos desde la teoría, aunque no tanto en relación a la práctica.
Si bien en los rubros técnicos Massy Tadjedin contó la colaboración de los mejores exponentes como por ejemplo Peter Deming encargado de la fotografía, Susan E. Morse, antigua montajista de Woody Allen, entre otros, su mayor falencia se acentúa en la falta de dirección del reparto con irregulares actuaciones de Keira Knightley y Sam Worthington, muy cuadrados y carentes de matices para personajes que precisan mayor profundidad.