El matrimonio puesto a prueba
Un matrimonio joven, exitoso, aún sin hijos, lleva una vida normal en la ciudad de New York. Pero desde el comienzo de la historia sabemos que esa normalidad está a punto de caerse a pedazos a partir del surgimiento de la sospecha.
Joanna (Keira Knightley) y Michael (Sam Worthington) se verán tentados en una misma noche. Ella, por un ex amante que está de visita en New York; él, por una compañera de trabajo con la que deberá compartir un viaje laboral. La premisa es clara y básica. El crecimiento dramático de la película consistirá en el montaje de ambas situaciones, en ver cómo evoluciona la noche de cada uno.
La película tiene una herramienta fundamental para lograr no sólo el interés de los espectadores, sino también hasta cierto suspenso. Y esa herramienta es la información que los que miran la película tienen y que los protagonistas de la historia no. Joanna sabe que su marido está con esa mujer en ese viaje, le deja una carta escondida en su traje, tal vez por la culpa de una escena de celos que tuvo la noche anterior. Michael, por el contrario, no tiene ni la más remota sospecha de que su esposa se cruzará con ese hombre de su vida. Así que las acciones de ambos se basan en la certeza de que el otro no puede saber lo que ocurre. Eso, por supuesto, genera una responsabilidad y un compromiso en ambos. Y de eso trata básicamente la película, del planteamiento moral que se refleja en lo que ambos decidirán esa noche.
El espectador se sentirá atrapado por esta decisión y la trama se vuelve cada vez más interesante. Pero lo mejor de la película es también su callejón sin salida. Porque es muy difícil salir airoso de tal propuesta y La última noche logra su cometido a medias. El guión no escapa al lugar común y es una pena que no lo haga. A último momento, el plano final produce una sonrisa en el espectador, tal vez para que no se entere de las limitaciones de la película.