Las bondades de un largometraje suelen dirimirse en sus primeros quince minutos, veinte como mucho, pero La última ola es una anomalía. Versión noruega del norteamericano cine catástrofe, la película toma su tiempo antes de apretar el gatillo, y en este peculiar subgénero de acción, que parece dormitar y cada tanto se despierta como las calamidades de sus relatos, si no se maneja bien el tiempo previo es tiempo muerto. Este es el fracaso parcial del film: Kristian (Kristoffer Joner) es un geólogo que, de entrada, prevé el alud en una cadena montañosa cuyo consecuente tsunami afectará a un pequeño poblado y un resort de lujo. Su jefe no lo toma en serio; su familia, coincidentemente, deberá alojarse en el resort donde, con metáforas del Titanic, habrá de concentrarse el relato. Toda esta previsibilidad para el espectador se recompensa en la segunda parte, con escenas de cine catástrofe verdaderamente sanguíneas, tensión y circunstancias creíbles. La clara superioridad respecto del verosímil norteamericano es el justificativo de La última ola.