Juego de máscaras en un solo plano
Esta película, ganadora de la competencia Argentina en el Festival de Mar del Plata 2013, se sostiene con singular eficacia sobre un único plano fijo, sin cortes. Quienes recuerden La tarea, del mexicano Jaime Humberto Hermosillo, de 1991, sentirán un aire familiar y, de hecho, en La utilidad de un revistero se cita explícitamente esa película al tapar la cámara con un abrigo. De todos modos, en esa película mexicana había más planos en principio, varios hasta que se establecía el punto de mira, y aun después (aunque disimulados): no había manera, por el rodaje en fílmico, de sostener una película entera en un único plano secuencia en términos de rodaje. Por otro lado, la presencia de la cámara era parte crucial de la narrativa de La tarea.
El eje de La utilidad de un revistero no tiene que ver con una cámara oculta y su suspenso, sino con un encuadre fijo como punto de partida y límite visual (que no sonoro, en una película que maneja este tema con sutilezas diversas que no conviene develar, y cuyo director es un experimentado sonidista). Asistimos a un encuentro de trabajo en una casa particular que deriva en charlas diversas. La mujer más sabia y la más joven: una escenógrafa teatral experimentada y una aspirante a colaboradora piensan detalles para una adaptación de Caperucita roja, pero también y, sobre todo, se conocen, se miden. La mayor lanza dardos iniciales sutiles, pero firmes, y luego se suelta más hasta llegar a la lección sobre sexo oral que constituye el segmento más vibrante, más fluido en términos de acción del relato.
Yanina Gruden, como la joven aspirante, y María Ucedo, en el papel de la sabia escenógrafa
Yanina Gruden, como la joven aspirante, y María Ucedo, en el papel de la sabia escenógrafa.
Pero, más allá de esos atractivos más inmediatos, las casi dos horas de La utilidad de un revistero se sostienen con otros recursos: cada segmento de la conversación tiene su propia tensión, su propósito claro, e incluso los momentos de deriva o banales están escritos con gracia y con conciencia del lenguaje y de las referencias contextuales.
A su modo, La utilidad de un revistero es una comedia de máscaras que se activan en los tanteos, en las diferencias, en los consejos y en las correcciones que desfilan sutilmente por sólo dos actrices. Y, en el caso de María Ucedo especialmente, con un magnetismo actoral, una confianza y una autoridad en la voz que dan la sensación de que podrían sostener una apuesta aun más radical que el único plano tal vez arduo para un público no entrenado, pero difícilmente tedioso de La utilidad de un revistero.