En la boca del lobo
Un solo plano, fijo, de casi 120 minutos. Dos personajes y un texto calculado y milimétrico. Todo lo que integra La utilidad de un revistero, ópera prima del habitual sonidista Adriano Salgado, remite al teatro, incluso el tema que convoca a las protagonistas: la entrevista laboral que una escenógrafa y vestuarista le toma a una joven aspirante a ser su asistente, de cara a una puesta en escena de Caperucita roja ambientada en el marco de un barrio de clases bajas. Sin embargo, lo que parece un tour de force formal algo esquemático va mostrando progresivamente diversas capas que evidencian la presencia de lo cinematográfico y que contradicen cierta ontología de las imágenes: por más que La utilidad de un revistero registre todo sin un corte y en ese recurso se invoque lo real, lo que se ve -vio- no termina de ser del todo cierto. El cine es una representación de lo real, pero no lo es necesariamente.
Ese juego de real / no real se vincula además con el conflicto en sí: dos personajes obligados a compartir un pedazo de tiempo y espacio, forzadas ante la posibilidad de un compromiso laboral a futuro. Sin intentar un análisis sociológico sobre esa instancia crítica de las entrevistas laborales, La utilidad de un revistero no deja de reflexionar sobre ese momento de exposición personal, donde el poder de la situación le pertenece explícitamente a una de las partes y la otra está indefensa. Roles pasivos y activos, víctimas y victimarios, sobre los que Salgado indaga además a partir de la referencia a Caperucita roja. Miranda, la joven aspirante, se mete de lleno en la cueva ante un lobo, Ana, la escenógrafa, que se va revelando feroz progresivamente.
La utilidad de un revistero es un experimento intelectual, pero incluso alegre porque Salgado no elude las posibilidades de la comedia en diálogos punzantes y un poco incómodos, y a los que María Ucedo y Yanina Gruden bordan con un timing envidiable. A pesar de encerrar a sus dos personajes en un plano durante 116 minutos, el director logra que su película no resulte asfixiante y mucho menos estática: los sonidos, los diferentes focos de luz que aportan profundidad de campo y el interés que generan los estímulos del espacio off hacen de La utilidad de un revistero una propuesta bastante más compleja de lo que parece en el comienzo, a la que sólo podemos cuestionarle cierta malicia en la construcción del personaje de Miranda.
Sobre los últimos minutos, un tema musical va apoderándose progresivamente de la escena y una serie de gestos de Ucedo redoblan la apuesta sobre lo que acabamos de ver. Definitivamente La utilidad de un revistero admite su carácter lúdico, hacia afuera y hacia adentro. Un juego algo perverso, pero fascinante.