Basada en un cuento corto de Samantha Schweblin, la nueva película de Laura Casabé venía pasándola bien en varios festivales alrededor del mundo y generando mucha expectativa. Las fotos que circulaban mostraban una factura técnica para hacerse pis encima y el elenco conformaba una especie de dream team, de la mano de Jorge Marrale (el Dr. Corrales), Norma Aleandro (Beatriz D´Onofrio), Guillermo Pfenning (Benavídez) y Paula Brasca (Lisa). Nos sentamos a verla con esta enorme expectativa y, por supuesto, no nos fuimos defraudados.
Benavídez está en plena discusión de pareja con Lisa. Bueno, discusión es una manera de decir, porque es ella quien le grita y le pide que no se vaya a más no poder, mientras él solamente se dedica a empacar. Con su enorme valija a cuestas, cae en la residencia del Dr. Corrales, su psiquiatra. Tras algunos tironeos, finalmente Corrales propone que pase la noche allí. Pero esto que parece una ayuda al artista plástico esconde otra intención detrás: a través del registro de las sesiones de terapia, Corrales descubre que Benavídez, no tiene el talento que tenía su padre pero sí algo que lo hace merecedor de entrar a su residencia para artistas, donde mediante extraños métodos creativos los residentes no dejan de producir.
Con un ritmo pausado, que da espacio a pequeños gestos que quizás construyen más a los personajes que los diálogos y las acciones en sí, vamos entrando al mundillo del arte que la historia nos propone. Porque D´Onofrio regentea a los artistas que salen de la residencia de Corrales, los patrocina en muestras y galerías alrededor del mundo, lo que permite también una crítica a lo absurda que puede ser a veces la valoración "especializada" de lo que es arte o no lo es.
Como decíamos al principio y como reconoció el jurado del festival (con una mención especial del jurado para el Arte de Micaela Sleigh, ya que no es categoría competitiva, y la presea a la Mejor Dirección de Fotografía para Mariano Suárez), los rubros técnicos están en un nivel altísimo. El arte no solo se ocupa de generar ambientes muy específicos dentro de la residencia, sino que opera en contraste respecto a las otras locaciones que no forman parte de la casa, generando diferentes sensaciones relacionadas con las polaridades opresión–libertad y cordura–locura. Lo mismo la fotografía: pequeños detalles, contraluces, iluminaciones puntuales dan cuenta de un diseño y una intencionalidad que van más allá del naturalismo de "iluminar para que se vea". Se nota un salto enorme entre el propósito juvenil y con recursos más limitados que la gente de Horno Producciones había plasmado en El Hada Buena. Las ideas y el talento están, siempre estuvieron. Hay gente que sin recursos hace magia y que con recursos la rompe. Claramente éste es el caso.
También es destacable la composición de la banda sonora, con el músico Gillespi a la cabeza. La música incidental acompaña la acción todo el tiempo y logra momentos muy atinados, sobre todo acompañando la transformación que opera sobre Benavídez (omitimos spoilers, claro).
Las actuaciones, como era de esperar, coordinadas por el experimentado Lisandro Bera, están en un nivel superior a lo que estamos habituados a ver en la pantalla local. Nadie sobreactúa ni resulta inverosímil. Cada personaje atraviesa diferentes matices anímicos y expresivos siempre dentro de personalidades sólidas, humanas, creíbles.
Luego de debutar el pasado Octubre en el marco del BARS, La Valija de Benavídez llegó a las salas comerciales. Enhorabuena, ya que no solo se trata de un producto nacional que vale la pena acompañar en cine, sino que también es la comprobación de que, cuando se invierte en gente que ama el cine y no la recaudación, los resultados son dignos de orgullo.
VEREDICTO: 8.0 - UNA VALIJA DE SORPRESAS
Los seguidores del cine under local ya conocen la impecable trayectoria de Horno Producciones. Era hora que lleguen al público masivo, para deleitarlos con la calidad de siempre en La Valija de Benavídez.