Basada en un elato de la escritora argentina Samanta Shewblin, La valija de Benavídez parece una larga pesadilla. La de Benavídez (Guillermo Pfening), hijo de un artista célebre y paciente psiquiátrico que, tras una pelea con su pareja irrumpe en la mansión de su médico (Jorge Marrale, de nuevo terapeuta, pero siniestro) en busca de ayuda. Ahí quedará encerrado, en una extraña residencia de artistas donde los plásticos parecen no darse cuenta de su presencia. El tipo está obsesionado por recuperar su valija, pero su derrotero kafkiano por pasillos y dependencias de esa misteriosa suerte de secta de las artes plásticas es vigilado por el doctor, que lo ha sometido a un experimento. A La valija de Benavídez le sobran minutos, tantos que la sensación de asfixia y el misterio se diluyen sin remedio. Como comentario mordaz sobre el mundo del arte y su frivolidad funciona. Pero una duración menor, quizá de cortometraje, la hubiera beneficiado.