Esculpir la psiquis
Entre las referencias al snobismo del mundillo artístico y en particular de los artistas plásticos y una descarnada crítica al psicoanálisis en modo satírico, La valija de Benavidez, segundo opus de Laura Casabé, transita por diferentes climas y géneros entre los que se destaca -claro está- el thriller y la comedia negra.
Basado en un cuento de Samanta Schwebling, el relato apuesta rápidamente sus fichas a la fuerza estética como puntal de una puesta en escena rica en detalles, que hace del entorno el medio ideal para que se refleje la psicología de los personajes.
Como si se tratara de un juego de espejos, primero apuntalar la idea de original y copia referido al objeto artístico para marcar la distancia entre el protagonista Pablo Benavidez (Guillermo Pfenning) y su padre, un retratista de prestigio cuya obra cotiza más caro tras su muerte. La figura del psicoanalista Corrales (Jorge Marrale) encastra perfecto como ese escultor de la psiquis de los artistas recluidos en la Residencia. Sin embargo, en esa Residencia también se desarrolla en paralelo otro tipo de actividad mucho más perversa con la complicidad de una curadora que reúne a la elite para vender a los artistas.
La mercantilización del arte exhibe siempre desde la sátira la misma perversión de aquellos que exprimen al artista, inconformes y mediocres consumidores del arte. Pero también en esa zona se encuentran los propios artistas y su vanidad transformada en mecanismos de sublimación, que para el doctor Corrales son fuente de inspiración y de recursos económicos.
De transitar por los laberintos de la mente, de recorrer los pasadizos secretos de las pulsiones parece hablarnos esta historia macabra que la directora Laura Casabé resuelve cinematográficamente de una manera prolija y creativa. Por momentos, en sintonía con los universos pesadillescos y oníricos de un David Lynch y por otros con algunas reminiscencias a David Cronenberg pero siempre fiel a su propio estilo y mirada sobre lo real y lo irreal.