La vendedora de fósforos

Crítica de Alejandra Portela - Leedor.com

Si La vendedora de fósforos fuese una pintura, alabaríamos su composición radial: fuerzas que se lanzan desde un centro y que giran como si fueran ruedas de una bicicleta: en el centro el cuento infantil del danés Hans Cristian Andersen, el número 37 de su producción: “La vendedora de fósforos” (“La niña de los fósforos” o “La pequeña cerillera”) que relata la historia de una niña obligada por su padre a vender cerillas en medio de la fría noche de año nuevo en la Copenhague del 1800. Ante la indiferencia de los transeúntes que la ven allí, comienza a encender uno por uno esos fósforos para tener algo de calor. Distintas visiones se le van a apareciendo, hasta una última final que es la de su abuela.

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La pobreza, el dolor, la alucinación, la muerte, tópicos todos del romanticismo literario, pictórico y musical concentrados por Andersen, el escritor más importante de su país, y retomados por el guión de Moguilansky, realizador argentino, en un dispositivo romántico del siglo XXI.

El film de Alejo Moguilansky (Castro, El escarabajo de oro, El loro y el cisne) es una maravilla. Narra dentro de su historia, al menos dos veces, el cuento completo: una cuando Marie (impecable María Villar) lo lee frente a un micrófono y una grabadora y otra mientras hojea un pequeño libro ilustrado. El marido fue seleccionado como regie de una ópera que pondrá en escena el Teatro Colón de Buenos Aires una versión del cuento de Andersen. Los ensayos de esa obra es lo que se verá en este film. El compositor, un alemán, ex guerrillero de fines de los 60, viene a estrenar una ópera contemporánea ruidista y sin personajes. Muchas veces a lo largo de la película se dice: “esto no es una ópera” e interesante los dos personajes que comentan desde fuera algunas situaciones del guión de esa ópera no ópera.

Marie saca del vacío creativo a Walter dándole ideas posibles para esa puesta en escena, ideas que finalmente serán aceptadas. Mientras tanto, es contratada por una famosa pianista Margarita Fernández como asistente para ayudarla a tocar las sonatas de Beeethoven.

Marie es la voz narradora de La vendedora de fósforos; en el comienzo su aparición es singularmente atrapante: se encarga de enumerar las causas, las motivaciones y los personajes que formarán parte de esta historia. Algo así como el guión dicho en voz alta a la manera de algunos ejemplos de la vanguardia francesa. Justamente en un cajón de un armario, Marie encontrará un dvd de la película de Bresson Al azar Balthasar, veremos el fragmento y su recreación como el sueño de la niña-hija de Marie devenida en símbolo de la vendedora de fósforos. También en ese cajón habrá alguna edición de El hombre robado de Matías Piñeiro. Otra referencia que no parece casual.

Esta voz de Marie vuelve hacia la mitad de la película a partir de un ejercicio en el piano, cuando sale contando algo que a su vez le contó “la vieja”: la anécdota de un diálogo entre Gorki y Lenin y la idea de que el poder de embellecimiento de la música ablanda a las personas, dan ganas de acariciar la cabeza de la gente, dice Lenin, algo que parece incompatible con la revolución de esos años.. De ahí, la mención al paro de transporte que funciona como una amenaza invisible gracias a la cual nadie va a poder llegar a su trabajo, un gobierno que “no es precisamente de izquierda”, la izquierda como “cascabeles inexistentes”, o la gente peligrosa en manos de los graves y los agudos de la orquesta: los que son dueños de todo.

Con el mismo sentido de irradiación, las referencias al arte, a la política, al momento actual, se van superponiendo a través de la voz de Marie, quien también se ocupa de recrear el cuento de Andersen y la historia de la indiferencia hacia una niña que dejamos morir en medio de una noche de año nuevo.

Moguilansky deja que sus criaturas, Walter, Marie, el alemán, la vieja pianista, la niña, la orquesta, se muevan en un mundo de historias perdidas en el tiempo, volviéndose oníricas por momentos. No hay utopías posibles aquí.

El tiempo dirá qué representa el nuevo film de Alejo Moguilansky en el complejo mapa actual, tal vez podamos aventurar que se trata de un camino posible para entender este mediado de década, tan traumático, tan imposible de digerir. Tal vez una síntesis, tal vez un símbolo.

No la dejen pasar.

Desde el jueves 31 de mayo al viernes 8 de junio a las 21.30 hs en la Sala Leopoldo Lugones.
Todos los sábados de junio a las 20.00 hs en MALBA