La nueva y muy buena película del realizador de “El escarabajo de oro” combina ficción y documental para contar una historia acerca de la puesta en escena de una opera en el Teatro Colón en medio de una situación política y económica caótica.
De entrada la voz en off de María Villar nos aclara –cual introducción a un filme de la Nouvelle Vague– los temas que tratará la película y los personajes que tendrá. De ese cúmulo de posibilidades desplegadas empiezan a surgir un par de líneas. Primero, sabremos que el filme construye una ficción en base a un hecho real: la opera que montó en el Teatro Colón el compositor alemán de vanguardia Helmut Lachenmann en base a “La vendedora de fosforos”, de Hans Christian Andersen. Luego, los actores, la ficción: Walter (pronúnciese Valter) Jacob es el que tiene que hacer la régie de la opera en cuestión aunque no tiene idea cómo hacerla ya que ni siquiera está seguro de considerarla una opera. En tanto, Marie (Villar) interpreta a su mujer, quien –además de acompañar a una anciana y eximia pianista, encarnada por Margarita Fernández– se ocupa de su pequeña hija mientras él trabaja en el teatro.
Entre los ensayos de la opera, las dificultades de Walter para entender cómo hacer la puesta en escena de ese material y las dificultades de la pareja de encontrar un lugar donde dejar a la niña aparece un conflicto que lo ensombrece todo aún más: los músicos de la orquesta están en huelga. Y no solo eso: también hay paros de transporte y otros conflictos sociales que dificultan las vidas de todos. A la niña hay que dejarla viendo películas en la casa de la señora (tiene para elegir entre AL AZAR BALTAZAR, de Robert Bresson, y EL HOMBRE ROBADO, de Matías Piñeiro; elige la primera) y sus padres la utilizan para ensayar o buscarle la vuelta a la opera hasta que queda en claro, por diversos motivos (no literales como la luz y la oscuridad, pero casi), que la niña no es otra cosa que la vendedora de fósforos en cuestión de esta nueva versión.
Así, entre discusiones sobre la guerrilla alemana de los años ’70, los conflictos éticos surgidos de la apropiación de la música de vanguardia por la burguesía como “algo exótico”, debates acerca de un posible volcán italiano, asuntos de dinero (una constante en la obra tanto en cine como en teatro del realizador de EL ESCARABAJO DE ORO) y reflexiones sobre una Argentina en la que el poder está sustentado por los “dueños de todo” (la puesta en el Colón fue en 2014, pero uno supone que esos textos se refieren más al presente, si bien el filme deja las puertas abiertas a ser leído como uno prefiera), padre, madre e hija juegan su pequeña y realista versión del cuento de Andersen o de la película de Bresson, con la niña como la Baltazar de la historia, pasando de mano en mano hasta transformarse en una suerte de divinidad familiar.