Hay algo de juego de cajas chinas en “LA VENDEDORA DE FOSFOROS” que se presenta en un principio como un diario de filmación de la ópera homónima que el músico Helmut Lachenmann vino a presentar en el teatro Colón de Buenos Aires para comenzar a derivar en múltiples lecturas.
Esta ópera, a su vez, se basa en el tristísimo cuento de Hans Christian Andersen sobre una pequeña niña que en la noche de Año Nuevo muere literalmente de frío al no querer regresar a su casa por no haber podido vender ni un solo fósforo y temer al castigo de su padre en la fría Copenhague de 1800.
Así como esta niña trata de prender los fósforos para darse calor y en cada uno de ellos encontrará visiones maravillosas que la llevan hasta un gran encuentro final, el cine de Alejo Moguillansky trata de encender varias de estas cerillas para ir, en cada llama, al encuentro de las diferentes disciplinas dentro del arte, que sabe entremezclar a la perfección.
Si bien “LA VENDEDORA DE FOSFOROS” no pierde nunca el rumbo y el planteo central del filme, con un ameno tono de comedia que lo aleja por completo del dramatismo que le impone Andersen a su cuento; lo hace desde un lugar impactante y multifacético.
Se proponen tantas capas unas sobre (dentro de) otras que pareciera que bajo ese tono ameno y liviano de los personajes centrales de la historia, se escondiese la necesidad del Moguillansky de tener espectadores sumamente cultos y bien informados para que puedan disfrutar de su película en todas y cada una de las disciplinas que intenta explorar en sus inquietos 71 minutos de duración.
Podemos entrar a la historia por la ficción de la (ex)pareja conformada por Walter (léase Valter) y Marie. Él intenta por todos los medios montar la ópera de Lachenmann atravesando una situación totalmente caótica tanto en su mundo interno como en el externo -fuertemente marcado por una sucesión de paros gremiales en el teatro Colón- y el desequilibrio económico general.
Somos partícipes de la relación que tiene con Marie –quien en una escena completamente deliciosa lo ayudará a grabar la narración del cuento original de Andersen para su régie y quien le brindará múltiples ideas para su puesta- y de la crianza de su hija Cléo que se espeja en forma casi permanente con la protagonista del cuento y logra una de las escenas más hermosas del filme cuando se quede profundamente dormida en un palco y su mundo onírico relacione varias de las referencias que se disparan.
A su vez, Marie trabaja para una famosa pianista, Margarita Fernández, vehículo para introducirnos al universo de Beethoven –así como Lachenmann se obsesiona con Ennio Morricone y disfrutamos de su música- y las referencias se van conectando en forma permanente con otros géneros. Vendrán de la mano de un DVD encontrado de una película de Bresson (“Al Azar Balthasar”), la voz en off literaria que hace por momentos recordar al cine de Matías Piñeiro y su universo shakespeariano o los dedos de Marie recorriendo casi sensualmente las partituras.
Hay literatura, hay música –quizás demasiada-, hay cine y también hay un fuerte contenido político al mostrar la situación económica de los personajes, del país, los paros sindicales, el paro general de transportes que atraviesa el final de la historia y la aparición de personajes vinculados con el Ejército Rojo que hablan de la resistencia y un antiguo guerrillero alemán.
Moguillansky tiene un total dominio de este montaje completamente interdisciplinario que propone y lo hace de forma tal que no parezca ostentoso ni subrayado. Pero aún en su mesura hay un perfecto y certero cálculo en poner cada una de las piezas sin tomar riesgos y haciendo que todo tenga un delicado equilibrio.
Para algunos podrá ser un motivo de deslumbramiento, de poder disfrutar de ese juego y de ese diálogo pluridimensional que se logra en todos los campos. Puede, sin embargo, que la catarata de referencias y lecturas produzca que se pierdan de vista algunas de ellas o que sencillamente no se cuente con el material necesario para entenderlas a todas y cada una de ellas.
Aún en su espíritu denodadamente intelectual que intenta huir por todos los medios del una mirada snob –queda en discusión si realmente lo logra-, “LA VENDEDORA DE FOSFOROS” se deja ver muy placenteramente. Hay quienes se dejarán llevar por su ejercicio de estilo netamente cinematográfico, disfrutar de las actuaciones de Maria Villar y Walter Jacob, adentrarse en el mundo literario que se propone y se evoca; otros vibrarán al ritmo de Bach, Beethoven y la ópera y habrá algunos elegidos que puedan disfrutarlo todo al mismo tiempo y con la misma intensidad.
Hasta el viernes 8 de junio, a las 21.30 hs en la Sala Leopoldo Lugones y todos los sábados de junio a las 20.00 hs en MALBA