Parece que a los directores socialistas también les gustan los géneros. No todo es lucha de clases para Ken Loach y en La Verdad a Cualquier Precio, que se estrena con ocho años de retraso y se distancia de la zona más conocida de su cine (Riff Raff, Tierra y Libertad, El Viento que Acaricia el Prado), prueba suerte con el thriller. Loach y su guionista, Paul Laverty, saben que el cambio supone un reacomodamiento: no pueden volver sobre el eterno motivo del pueblo levantado en armas contra un poder injusto o hacer que sus personajes discutan largamente los fundamentos de la sociedad. Filmar un thriller exige respeto hacia algunas reglas que los realizadores tratan de cumplir como pueden: el uso de los diálogos como vehículo de información, dosificación de la intriga, primacía del relato por sobre cualquier comentario acerca del estado del mundo. La cosa no les sale tan mal, y por momentos hasta funciona bastante bien.
El estilo de Loach le da a la historia un notorio aire de realismo, pero sin sus tradicionales subrayados: Fergus, un mercenario que trabajó en Irak, investiga la muerte dudosa de su amigo Frankie durante un ataque en la route irish, uno de los caminos más peligrosos del país. La película empieza con una escena atípica: amigos, familiares y colegas de Frankie se reúnen en un pub a la salida del velorio y discuten los detalles de la muerte entre chopps de cerveza. El director demuestra que siempre tuvo un ojo atento a la construcción de personajes y de espacios: Fergus vive solo en un departamento vacío y sin muebles, tiene únicamente una mesa, algunas valijas militares, un teléfono en el piso y una cama plegable. Los movimientos de Fergus de un lado a otro del departamento para preparar café o guardar algo son de una tristeza discreta y certifican el talento de Loach para describir el universo material de sus personajes.
Pero, como no podía ser de otra manera, en La Verdad a Cualquier Precio no tardan en aparecer discursos sobre la desigualdad, la injerencia británica en Medio Oriente y la impunidad de los grupos mercenarios. La pesquisa de Fergus lo conduce a un celular que Frankie había guardado con videos que muestran cómo él y sus compañeros asesinan por error a una familia entera que iba en un taxi detrás de ellos y a dos chicos que vieron lo que pasó. El thriller se vuelca hacia la crítica política y el relato pierde la consistencia del principio: la intriga cede ante la repartición de culpas y responsabilidades. El estilo del director exhibe sus limitaciones: hacer cine de género requiere una gimnasia narrativa importante, y Loach y Laverty llevan años de filmar cine político sedentario. La película se resiente, como si los músculos no le respondieran, y el dúo se decanta por el recurso que mejor conocen: la denuncia.
Como en el tramo final de Yo, Daniel Blake, en La Verdad a Cualquier Precio Loach se guarda uno o dos giros que vienen a imprimirle a la narración el vértigo que Laverty no supo construir por otros medios. El thriller vira hacia la película de venganza y el guionista modifica súbitamente al protagonista ante los ojos del público: hacía falta un golpe de efecto, no importa qué tan arbitrario, cualquier cosa con tal de sacudir un poco al espectador antes de que abandonara la sala. La narración se vuelve un dispositivo de denuncia y el género se desdibuja. Es lo más parecido a una confesión: como si Loach y Laverty dijeran que bueno, que trataron pero no pudieron, así que vuelven a lo que les sale.