Cómo lidiar con un mercenario noble
Exhibida en competencia en el Festival de Cannes 2010, la película de Loach está planteada como un thriller actual, pero con un protagonista con aires de héroe trágico griego.
Como sucede con todo cineasta realista, Ken Loach se nutre de todo aquello que vive y respira (historias reales, voces, expresiones, fraseos, gestos, modulaciones) y tiende a perder personalidad, a indiferenciarse, cuando debe remplazar todo ello por ficción. Había sucedido en su momento con Agenda secreta –que no estaba mal, pero era tan impersonal como una serie–, con La canción de Carla, que parecía filmada por un comité internacional de apoyo a la revolución nicaragüense y, según afirman los pocos que la vieron (en Argentina ni se estrenó), con Looking for Eric, “la de Cantona”. Al año siguiente de ésta –algo así como una comedia fantástica con porro y Eric Cantona (enumeración de la que lo que puede resultar familiar a Loach es el fútbol)– el realizador de Tierra y libertad volvió a territorio familiar, aunque no tanto, con Route Irish, un thriller sobre dos amigos, ex combatientes en Irak, y el misterio sobre el asesinato de uno de ellos. Route Irish, que se estrena con el título La verdad a cualquier precio en el cine Cosmos, fue parte de la competencia oficial del Festival de Cannes en… 2010. Cada uno juzgará si el hiato de ocho años está justificado.
Lo que no parece justificado es la inclusión de Route Irish, en su momento, en la competencia oficial de Cannes, hecho exclusivamente atribuible al fanatismo que por el cineasta siente el director artístico de ese festival, Thierry Frémaux, que llegó al punto de incluirla incluso no estando terminada. Cosa que había sucedido antes con Apocalypse Now! y Con ánimo de amar, para poner un par de ejemplos. La historia del film Nº 23 del realizador de Yo, Daniel Blake (su último a la fecha, ganador de la Palma de Oro) podría ser la de cualquier thriller bélico producido al otro lado del Atlántico. En el frente iraquí acaba de morir un combatiente llamado Frankie, a quien velan en Liverpool, su ciudad de origen. De allí es también su mejor amigo, Fergus (Mark Womack), quien se retiró del frente antes que él y carga con un sentimiento de culpa que no lo deja dormir: fue él quien convenció a Frankie de ir a Irak. A propósito, conviene aclarar que ambos no son soldados al servicio del Estado, sino lo que actualmente se llama “personal de seguridad contratado” y antes se denominaba lisa y llanamente mercenarios.
Como gente de izquierda, no les resulta nada fácil a Loach y su guionista de cabecera, Paul Laverty (junto a él desde La canción de Carla, 1996), lidiar con un héroe mercenario al que se le atribuyen condiciones de nobleza, a la vez que se negocia con un género netamente hollywoodense, el thriller, del cual se toman ciertos tópicos y se permutan otros. Fergus es algo así como un mercenario con conciencia, que no piensa tolerar la masacre injustificada de una familia iraquí y para quien la amistad vale más que cualquier cosa (aunque no le parece mal heredar la rubia novia de su amigo). Hay una muerte sospechosa y una investigación a cargo del héroe, como corresponde a cualquier thriller, un par de empresarios (los contratistas privados), que tratándose de una película de Ken Loach no sería raro que escondieran alguna responsabilidad grave y un cantante iraquí en el exilio que representa la voz de los explotados. La investigación es algo dispersa y no particularmente intensa, como si Loach no se sintiera muy cómodo con este tipo de relato.
Lo más interesante de La verdad a cualquier precio es su último tramo, ya que allí Fergus, nombre que en la mitología celta designa al vigor y la fuerza, patea el tablero y, perdido por perdido, para resolver la muerte de su amigo decide recurrir a lo que sabe. En ese punto sí, el espectador se ve en problemas, ya que aquél al que hasta entonces había seguido como héroe se comporta ahora como un profesional de la muerte ajena, que no sabe de códigos ni miramientos. “¿Está bien lo que está haciendo?”, será la pregunta, y como de costumbre estará equivocada, ya que lo que importa es quién es y por qué lo hace. El cine no es una escuela de conductas sino una máquina de relatos, en la que los personajes actúan, y queda a cargo del espectador evaluar cómo y por qué lo hacen. En última instancia, de cualquier manera, Fergus no es un asesino sino un trágico, que se encamina hacia la nada con la ceguera y determinación de un héroe griego.