La verdad a cualquier precio

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

EL ENEMIGO INTERIOR

Algo que nos sirve a los críticos para analizar una película firmada por un autor consagrado es lo cronológico. Como habitualmente lo que nos llega es lo último, lo más nuevo, podemos pensar esa obra desde un lugar histórico que tiene que ver con su obra previa y cómo eso operó para que tal director decidiera filmar determinada película en este momento. Pero con La verdad a cualquier precio se nos abre una brecha: Ken Loach estrenó esta película en 2010 y su estreno nos llega tan tardíamente que en primera instancia deberíamos preguntarnos por qué y, en segunda instancia, pensar en qué andaba don Loach por aquel entonces. La verdad a cualquier precio vino luego de Looking for Eric y antes de La parte de los ángeles, es decir dos comedias en un sentido loachiano. Y tiene sentido: La verdad a cualquier precio es antes que una película un malestar, y rodearla de un poco de humor sirve para aminorar la acidez de un film en el que el mundo es un lugar poco habitable y terminal. En definitiva, lo de la mirada cronológica se confirma como una de las estructuras absurdas con las que los críticos analizamos el trabajo del otro, y en el caso de Loach es más significativo aún: su cine puede parecernos por momentos poco sutil y hasta de trazo grueso, y películas como La verdad a cualquier precio demuestran que es así, pero que al director poco le importa lo que se diga de él.

En una de las primeras escenas de la película se sintetiza perfectamente el estilo inclasificable con el que Loach ha construido una carrera de cine político, social y humanista. Fergus (un intenso Mark Womack) va al velorio de Frankie (John Bishop), un contratista amigo suyo que murió en Irak. El cajón ha sido sellado porque el cuerpo estaba desfigurado, pero Fergus es bastante terco y se mete de noche en la iglesia, abre el cajón y puede acceder finalmente al cuerpo de su amigo. La cámara nunca muestra el cadáver, apenas una mano que asoma y Fergus lo saluda para despedirlo. La escena camina por una línea entre el pudor y lo morboso, entre la mostración y la sutileza, algo extraño que nos repele a la vez que nos genera cierta fascinación. Son esos momentos en los que Loach se confirma como director de un cine potente, aunque no exento de cierto trazo grueso en una tensión que pone en crisis nuestro propio discurso: ¿hasta dónde se puede llegar para denunciar determina situación, cuál es nuestro límite de tolerancia?

En La verdad a cualquier precio esa dualidad entre lo grosero y lo sofisticado se da a cada momento. Lo que denuncia Loach en este caso es el accionar de empresas que van a hacer sus negocios a territorios en conflicto, cometiendo crímenes horrorosos y sacrificando a sus operarios en el camino. Pero más allá de algunos flashbacks que ponen en escena lo que sucede en Medio Oriente, a Loach le interesa lo que pasa puertas adentro en Inglaterra, con el accionar sin límites de fuerzas especiales que actúan entre las sombras. Ese es el verdadero horror que denuncia la película, y lo hace sin concesiones. La muerte de Frankie funciona como disparador de la tragedia, con Fergus poniéndose a investigar como detective en un film noir y descubriendo un entramado de poder corrupto, traiciones y muertes. Una violencia que no puede parar de engendrar más violencia y que está instalada muy dentro, aún cuando se pretenda hacer el bien, como aprende lacónicamente el trágico Fergus.

Le película escrita por Paul Laverty (habitual guionista de Ken Loach) aprovecha su estructura casi de cine de género para que sus giros algo inverosímiles se toleren mejor, aunque no puede evitar que muchas veces la necesidad por decir algo atente contra la fluidez del relato. La verdad a cualquier precio es en definitiva una película despareja, aunque potente y honesta en la forma de señalar lo que señala.