Con un retraso de ocho años se estrenó, exclusivamente en la sala Cosmos UBA, La verdad a cualquier precio, uno de los últimos trabajos del octogenario director británico Ken Loach que, junto a su habitual guionista Paul Laverty, indaga en las cicatrices que dejó la guerra de Irak.
Ridley Scott, Clint Eastwood y Ken Loach comparten algo más que la cartelera porteña. Son fieles a un estilo particular, a una forma de narrar clásica, sólida. Aún con irregularidades en sus respectivas filmografías, mientras atraviesan su octava década, los tres siguen estrenando obras cada año o año y medio. Y a pesar de que el realizador de Tierra y libertad ha anunciado más de una vez su retiro, siempre regresa y depara alguna sorpresa.
A ocho años de su estreno en Cannes, La verdad a cualquier precio tiene la marca de Loach. Más cercano al thriller político de Agenda secreta, pero sin abandonar el universo de la clase trabajadora de Yo, Daniel Blake, el director se interna en las consecuencias de la guerra de Irak con una crítica hacia los contratistas británicos que vislumbraron un futuro inmobiliario enorme sin importar la vida de los habitantes de Bagdad.
Si bien los crímenes de esta última guerra fueron mejor representados en el pasado -especialmente en la olvidada Samsara de Brian DePalma-, lo que presenta de “original” Loach es un punto de vista alejado de los cánones del cine de Hollywood.
El protagonista es Ferguss -extraordinario Mark Womack- un ex soldado que pasa sus días en pubs, intentando olvidar el pasado. Sin embargo el pasado vuelve a él. Su mejor amigo de la infancia, Frankie, aún trabajando en Medio Oriente como guardaespaldas de contratistas privados, es encontrado muerto en la Route Irish, uno de los caminos más peligrosos de la zona verde.
Lo que para la mayoría fue un acto desafortunado, producto de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, para Ferguss podría haberse tratado de un atentado perpetrado por sus propios compañeros.
Con ayuda de la viuda de su amigo -Andrea Lowe- el protagonista intentará develar la verdad, a través de videos encontrados en un celular y conversaciones por Skype con testigos.
Por medio del suspenso, Loach y Laverty construyen un relato que contribuye a mostrar las injusticias y los abusos que los soldados anglosajones realizaron sobre los habitantes iraquíes con total impunidad y deseo de sangre.
Lamentablemente, el film no le escapa a los clisés y los lugares comunes de este tipo de historias y, con el pasar de los minutos, se va tornando más obvio y previsible lo que va a suceder. Si bien es atractiva la evolución que atraviesa el antihéroe -de investigador privado a vengador anónimo-, también llega un punto que el personaje roza lo absurdo y grotesco, alejándose del comportamiento verosímil construido durante la primera hora de metraje.
Pero Loach es un narrador experimentado de la vieja escuela y, más allá de sus excesos, La verdad a cualquier precio, por más que se sienta vista y su temática esté sacada del diario de ayer -no ayuda su demora para estrenarse-, es un producto sólido y sin fisuras graves. El mensaje que pretende dar es claro y efectivo: en la guerra hay más de una víctima y el dinero no puede comprar la desolación de perder a la persona que se ama.