La nueva película de Will Smith y Peter Landesman (Parkland, Kill the Messenger) nos lleva al año y a la ciudad de Pittsburg. Ahí, el patólogo Bennet Omalu (W. Smith) es un doctor obsesivo, que casi religiosamente realiza las autopsias de las personas que tiene enfrente con un solo objetivo, contar la historia de cómo llegaron ahí.
Cuando termina frente a el un ídolo del equipo de la ciudad, Mike Webster (David Morse), completamente desahuciado, el Dr. Omalu se pregunta que lleva a una persona de 50 años, a tratarse de tal manera que sin ningún indicio claro, termina muerto.
A medida que investiga los motivos, y el cerebro del jugador, descubre algo que potencialmente puede destruir la liga de futbol americano.
La película funciona como la mayoría de este tipo de cintas. Nos cuenta una historia reciente, tratando de escandalizarnos por algo que ahora nos parece lógico, y no entendemos como se oculto tanto tiempo.
Si bien lo logra por momentos, es repetitiva en cuanto a la manera de contarlo. Solamente cuando la historia entra en la etapa que llamo “David y Goliat” se pone realmente entretenida, y de alguna manera cumple con lo que promete.
Más allá de esto, la película es buena. El reparto es sólido, y tal vez deberían haber nominado a Will Smith al Oscar como mejor actor, pero sabiendo como es la academia últimamente con la gente de color (termino que personalmente odio, ya que no son verdes, sino negros) no es para sorprenderse.
Una lastima, porque tenían todo para hacer una película al nivel de “El Informante” de Michael Mann, y se quedaron cortos.