Un hombre de buena voluntad
La verdad oculta es la biografía de un médico que hace un descubrimiento importante. Pero la historia estaba destinada a ser un documental.
Sin dudas el conflicto entre ciencia y poder económico que vivió en carne propia el médico Bennet Omalu era más apropiado para un documental que para una película biográfica como La verdad oculta.
La materia parece exigir un tratamiento de periodismo de investigación: el choque entre una millonaria corporación como la liga de fútbol americano (NFL, por sus siglas en inglés) y un patólogo nigeriano que descubre las consecuencias letales de los golpes que reciben los jugadores del deporte más popular de los Estados Unidos.
Sin embargo, se eligió el camino de la ficción, con una superestrella como Will Smith en el rol protagónico, tal vez para que la explosión de la denuncia tuviera una onda expansiva mayor. Algo que no sucedió en la medida en que los productores esperaban, si se juzga por la escasa repercusión crítica y de público que tuvo hasta ahora esta biopic dirigida por Peter Landesman.
El salto de la realidad a la ficción, que siempre implica una dosis de mitología, resulta doblemente problemático en este caso, por la sencilla razón de que Omalu es demasiado bueno. Inteligente, abnegado, valiente, estudioso y religioso. Son muchas virtudes para digerir en una sola persona. Ya hace tiempo que las series televisivas nos enseñaron que los personajes unidimensionales puede ser aptos para la comedia pero nulos para el drama. Lo único insoportable de Omalu –la exigencia de que lo llamen “doctor” en vez de “señor”– es transformado por Will Smith en un rasgo simpático de orgullo profesional.
Además, La verdad oculta no resiste la tentación de transformar a este médico inmigrante en un símbolo de los grandes valores perdidos de los Estados Unidos. Desde su pulcritud para vestirse hasta sus firmes convicciones científicas y religiosas, todo remite a una Arcadia moral que nunca existió pero que los norteamericanos creen que sigue viva en el fondo de sus corazones.
Hay algo del mito de buen salvaje en el modo en que se resalta la pronunciación áspera de Omalu y sus gestos definidos, índices de su confianza en la pureza de los sentimientos y en la frontalidad para resolver los problemas que se le presentan. Y a esto se suma otro componente profundo de la mentalidad estadounidense: la idea de predestinación. La fe en que Dios ha señalado el camino individual de cada uno de sus elegidos.
En términos visuales, salvo alguna que otra postal de Pittsburgh –la ciudad donde Omalu trabajó como forense y descubrió la afección de los futbolistas antes de mudarse a California– no es mucho lo que La verdad oculta tiene para ofrecer. Un relato bastante clásico, no por amor al clasicismo, sino por falta de riesgo cinematográfico. Una tibieza que se irradia a toda la historia y parece secarla por dentro, convirtiendo al drama en una anécdota saturada de voluntarismo triunfante y de emociones convencionales.