Cualquiera que sufre una concusión, un golpe en la cabeza, puede quedar confundido. Aturdido tal vez. Si se sufren más de 70.000 en 20 años de carrera en un deporte, como el fútbol americano, es probable que le traiga consecuencias irreversibles.
Esta es la historia que Peter Landesman se propone contar en “La verdad oculta”. La historia, de narración tradicional con introducción, desarrollo, climax y desenlace, cuenta parte de la vida de Bennet Omalu (Will Smith), un médico forense de origen africano que, instalado en Estados Unidos, ejerce su profesión con varios diplomas, porst grados, masters, y todo lo que se le ocurra. Un hombre inteligente, calculador (frío si se quiere, en términos científicos),y sobre todo muy seguro de sí mismo.
Su particular método, aplicado en un hospital estatal de Pittsburgh, incluye una suerte de conexión previa con el cadáver a estudiar. Entabla un diálogo con el occiso antes de proceder a seccionarlo a los efectos de su investigación. Una especie de Patch Adams con cadáveres. Semejante modus operandi lo lleva un buen día a descubrir en el cuerpo de Mike Webster (David Morse, cuando se lo muestra vivito, pero no coleando), que las causas de su suicidio tienen que ver con un terrible e inidentificable desorden neurológico causado por los múltiples golpes recibidos como jugador en la posición más expuesta de todo el equipo de jugadores en el campo. Omalu está contento porque éste descubrimiento basado en su conocimiento lo acerca más al sueño de ser reconocido. ¿Cómo profesional? Sí, pero sobre todo como ciudadano norteamericano.
Ante todo celebramos siempre que éste sea un ejemplo más del arraigo cultural que el cine norteamericano tiene con su pueblo. El fútbol americano es el deporte por excelencia allí, de manera tal que si se pretende lograr una identificación cultural en el espectador de cine promedio es de esperar que todos los años se puedan ver tres o cuatro películas con esta temática, contrario a lo que sucede aquí con el fútbol.
Dicho esto, es importante destacar que “La verdad oculta” se instala fuera de la cancha pero con una profunda mirada hacia adentro. El núcleo que pone en jaque toda la industria generada por éste deporte tiene que ver con un hombre que se animó a decir públicamente que “Dios no quiso que el hombre juegue al fútbol americano”. Claro, la NFL (National Football League, algo así como la AFA de acá) no está nada contenta con esto, pues desde el punto de vista médico, para que no sigan las muertes provocadas por un comportamiento errático de jugadores retirados, simplemente hay que dejar de practicar éste deporte.
Loable propuesta la del director, con una notable actuación de Will Smith quien logra, en especial con el acento, despojarse de su nacionalidad e instalase como un verdadero extranjero viviendo en Estados Unidos y absorbiendo su cultura. Sus compañeros de elenco también sostienen el gen dramático. Alec Baldwin y Albert Brooks (tremendo personaje) tienen la solidez de los grandes. Por otro lado, la música del gran James Newton Howard pincela la banda de sonido con percusión africana logrando darle identidad a cada situación.
El relato transita el camino de la denuncia hasta que no puede evitar la corrección política. Tal es así que llega al punto de arruinar esporádicamente el texto cinematográfico. En especial en la escena en la que el protagonista declama: “para nosotros está Dios (coloca la palma de la mano a la altura de su cabeza) y Estados Unidos (baja la palma unos centímetros más abajo)”.
Nadie está en contra de un director o un guionista que diga eso, cada uno expresará su amor a la patria como mejor le parezca, pero desde el punto de vista de construcción del relato ese discurso, manifestado más de una vez a lo largo de la trama, no solamente queda colgado o descolocado de un guión que no lo pide ni lo necesita; además distrae con semejante obsecuencia. Posiblemente sería más acorde a un texto como el de “Francotirador” (2015) de Clint Eastwood, pero aquí resulta disfuncional a una historia que realmente genera intriga, interés, y que invita al espectador a querer avanzar en un cuento cuyo director elige un camino panfletario. Es cierto, no logra tapar del todo las buenas virtudes de la película, pero las empaña bastante.