Y péguele fuerte
Vale la denuncia contra la National Football League, pero el excesivo patriotismo atenta contra el filme con Will Smith.
El señor Omalu (el Dr. Bennet Omalu, como le gusta que lo llamen, especialista en patología forense) pone el guiño antes de doblar en una calle, por más que no lo siga nadie. No sólo es formal y hace todo lo correcto, sino que, algo ingenuo, cuando denuncia que los terribles golpes que se dan los jugadores de fútbol americano en sus cabezas ocasionan en su mayoría concusiones y pueden llevarlos a la muerte, se sorprende.
No entiende cómo la corporación de la National Football League no le agradece que su informe revele algo que se venía ocultando. El Dr. Omalu es nigeriano, Will Smith exagera su acento como si fuese Penélope Cruz hablando en inglés, y tiene mucho que aprender del american way of life antes de, en esta película producida por Ridley Scott, abrazar la ciudadanía estadounidense.
Porque como le dirán en Washington, cuando el caso escale proporciones que el inmigrante no imaginaba, él, el doctor Omalu, tiene unos valores por los que merece ser estadounidense. Así. Casi, casi textual.
Hasta ese momento, La verdad oculta se seguía como un drama en el que la lucha desigual entre un hombre común -pero con los valores del Dr. Omalu, eh- y el sistema se planteaba en blanco sobre negro. Era el negocio del deporte -que vino a reemplazar los domingos a la Iglesia, le dicen- contra la ciencia.
En esta historia basada en hechos reales, el Dr. Bennet Omalu era forense en Pittsburgh, y le tocó hacer la autopsia de Mike Webster, reciente gloria de los Steelers, el equipo de la ciudad. Obsesivo, después de hablarle al cadáver -el Dr. Omalu siempre les habla a los cuerpos, y les pide que lo ayuden a revelar la causa de su muerte- descubre aquello de los golpes. Forense estatal, la investigación la tiene que pagar de su bolsillo. Lleva gastados US$ 20.000 cuando llega a la conclusión de que Webster, tras jugar fútbol americano en la niñez, la secundaria y 18 años de profesionalismo, recibió 70.000 golpes en la cabeza. Y terminó como terminó. Con un progresivo degeneramiento del cerebro.
La verdad oculta no es Erin Brockovich, ni El informante, y el director Peter Landesman -fue periodista de investigación- no es Steven Soderbergh ni Michael Mann. El Dr. Omalu quiere que hagan algo para prevenir nuevos casos, cuando hay más muertes de ex jugadores aún jóvenes, y seguramente no le interesaba convertirse en héroe.
En la pantalla, tal vez medio a su pesar, es otra cosa.
La verdad oculta es valiente en su denuncia -los manejos de la NFL, pero dejando a los fans fuera de cuadro, y de otra sigla de tres letras, como el FBI-, aunque se pasa de sentido patriótico. Smith demuestra que puede ser creíble más allá de perseguir extraterrestres, que fue como se hizo conocido, o como uno de los Bad Boys, del lado del Gobierno. Igual, las dos horas se hacen largas justo en el momento en el que debería fluir mejor, llegando a la última media hora.
Nadie es perfecto, aunque el Dr. Omalu merezca la ciudadanía estadounidense, y Smith se quede sin nominación al Oscar.