Mentiras verdaderas
Basada en la novela autobiográfica de Kathryn Bolkovac, una mujer policía de Nebraska, quien vivió las experiencias que narra, cuando por motivos personales acepta ser parte de las fuerzas de paz de las Naciones Unidas en la Bosnia de posguerra. Si bien el filme abre con secuencias en paralelo. Una en EEUU presentando al personaje principal, Kathryn (Rachel Weisz), y su presente que determina la aceptación del puesto antes mencionado, en tanto por otro lado nos presenta a la adolescente Raya, (Roxana Condurache) que sólo desea salir de su mundo opresor en Ucrania, subsumido en la miseria provocada por las guerras, con el firme deseo de cambiar su historia en la tierra prometida del primer mundo, en este caso léase Londres.
Estamos ante una realización que se puede considerar como necesaria, esclarecedora, de esas a los que hay que apoyar, sobre todo por el tema que desarrolla como texto de denuncia.
Transcurre el año 1999, si, ya se, se tomaron su tiempo para producir la película, pero eso le da más vitalidad por haber sido una verdad que el poder de turno quiso callar, ocultar, negar.
Al poco tiempo de llegar a Sarajevo, Kathryn descubre casi por casualidad una red de trata de personas, prostitución y drogas.
Enarbolando el estandarte de la justicia comienza una investigación que encuentra más escollos que apoyos. Pero no se rinde, busca aliados. En su camino se encuentra con una delegada de los derechos de la mujer, Laura Leviani (Mónica Bellucci), quien no sólo le presenta a la directora de la oficina de derechos humanos en Sarajevo, Madeleine Rees, (Vanessa Redgrave), sino que también la enfrenta a la realidad que incluye además la sospecha fundada de que esa red esta apañada no sólo por algunos de los agentes de las Naciones Unidas, sino que varios de ellos son parte de la misma. Situación harto evidente durante la proyección del filme que no desmerece al mismo, ya que no estamos en presencia de una obra del género de suspenso.
Por determinismo de construcción de una producción audiovisual que además debe rendir sus dividendos económicos, primera razón por la cual se convoca a actores que “vendan”, y por traslación de la literatura al cine, es que todo esta desarrollado en la relación que se establece entre la mujer policía y la joven Raya, quien cayo en poder de estos explotadores.
Una como victima y la otra como su posible salvadora; una como representante de todas las mujeres, hombres y niños explotados en el mundo; la otra, sin ser presentada como una santa, una de las pocas gotas de agua limpia dentro de tanta podredumbre.
La directora debutante, Larysa Kondracki, que se había dado ha conocer por su cortometraje “Viko” (2009) en el que trabaja un tema similar, maneja con mano firme todo lo referente a las formas de contar la historia, posiblemente respetando demasiado al guión sobre todo al técnico, de su propia co-autoría, muy bien construido, pero que con afán de sensibilizar a la platea, por la designación de qué mostrar, por la elección de la estética, termina por momentos cruzando la línea del buen gusto. El cine se sostiene por ser el arte de la insinuación, no es necesario mostrar todo, a menos que sea un filme pornográfico, ni tampoco es imprescindible regodearse en imágenes que poco aportan a la intención y al interés del filme.
Es de destacar las actuaciones por sobre todas las otras variables que constituyen a la producción, sobresaliendo Rachel Weisz, quien carga sobre sus espaldas toda la responsabilidad de hacer creíble no sólo su personaje, sino la historia en particular, tal cual sucediera con aquella otra película de la que era protagonista y que también circulaba por el tema de las denuncias, en ese caso con el trafico de medicamentos en Africa “El Jardinero Fiel” (2005). Aquí, del mismo modo, demuestra una incierta e innumerable cantidad de técnicas interpretativas, expresivas, con todas y cada una de las partes de su cuerpo, que otros actores no saben ni que existen.