El peor de los infiernos.
Kathryn Bolkovac es una policía de Nebraska que viaja a Bosnia como parte de las fuerzas de paz de la ONU luego de la Guerra de los Balcanes. Allí descubre una red de tráfico sexual sostenida por sus propios compañeros.
El tráfico de personas debe ser una de las realidades más espeluznantes, sino la más, del mundo actual, y toda película que aborde esta situación debería tener un efecto equivalente al de una piña en el medio del estómago del espectador, valiéndose exclusivamente de rasgos temáticos y jamás de otro tipo (a recordar sino el repudio de Rivette y Daney al travelling de Kapo, de Pontecorvo, apenas quince años después del Holocausto). Dicho esto, se puede afirmar que La Verdad Oculta pasa la prueba con creces. Con armas nobles e incuestionables, resulta todo lo angustiante, cruda y espantosa que debía ser.
Kathryn Bolkovac es una agente de policía de Nebraska que intenta ahorrar un poco de dinero para mudarse cerca de su hija, cuya tenencia es del padre. Desesperada, acepta un puesto en las fuerzas de paz de la ONU en Bosnia. Una vez allí descubre una enorme red de trata de esclavas. Los clientes de dicha organización son los policías, militares y diplomáticos que, al igual que ella, fueron enviados con inmunidad para ayudar en la reconstrucción de posguerra. El film está basado en el libro de la propia Bolkovac, es decir, en hechos reales. Rachel Weisz entrega una performance notable en su encarnación de la autora.
“Mucha gente supone que la historia es demasiado escandalosa para ser real. Cuando se enteran de que la tuvimos que minimizar, quedan impactadas”, explicó la directora Larysa Kondracki acerca de las acciones que se ven en pantalla. Su película resulta aterradora no sólo por aquello que muestra sino también por aquello que oculta. El contexto posmoderno que rodea a la Guerra de los Balcanes de los 90 alimenta todo tipo de sospechas acerca de los alcances de la conspiración. Funcionarios gubernamentales, empresas privadas que trascienden las fronteras de los Estados, corporaciones fantasmas. ¿Cuál es el límite de este monstruoso mecanismo que, desde el anonimato absoluto, parece regir las coordenadas del sistema mundial?
De la intriga producida por estas cuestiones se vale La Verdad Oculta, cuyo título original es The Whisteblower. Kathryn es una “soplona” porque intenta establecer un nexo entre lo individual aberrante y lo colectivo sin rostro. En los oscuros prostíbulos de Bosnia, donde miles de jovencitas son sometidas a las humillaciones más execrables que se puedan imaginar, se percibe algo más. De repente, esos ambientes decorados con repugnantes fotos polaroid, profilácticos usados, jeringas, colillas de cigarrillo y manchas de sangre ya no parecen tan ajenos a las lujosas oficinas de la ONU en cuyo interior Estados Unidos y sus amigotes imponen el devenir de la humanidad.
El film no concluye con declaraciones altisonantes ni discursos grandilocuentes. Cuando el escándalo se hace público, el universo posible de debate queda encerrado en la banalidad de un estudio televisivo. El testimonio acerca del infierno que se vive en Bosnia, así como sus consecuencias, no tendrán mayor impacto que el de un talk show. Televisión basura descartable en estado puro. La Verdad Oculta es una de esas historias bien contadas que quitan el aliento, que echan por tierra cualquier visión optimista del mundo por el sólo reflejo de su lado más horrendo. Lo que se muestra pasa en todo momento, en cualquier ciudad, está ocurriendo ahora mismo.