Explotación sexual con estilo ONU
Los hechos, reales, sucedieron hace más de una década, a fines de los años ’90, pero gracias a esta película están volviendo a la superficie, después de haber sido pacientemente barridos debajo de la alfombra. A raíz del reciente estreno comercial en los Estados Unidos, la ex presidenta chilena Michelle Bachelet, ahora a cargo de la flamante agencia ONU Mujeres, que impulsa la igualdad de género a nivel mundial, acaba de organizar una serie de exhibiciones a puertas cerradas para los propios miembros de la Organización de las Naciones Unidas. ¿La razón? La ópera prima de Larysa Kondracki, protagonizada por Rachel Weisz, denuncia casos muy concretos de prostitución, tráfico de mujeres y explotación sexual a cargo de funcionarios de la propia ONU, cuando el organismo intervino en el conflicto de Bosnia.
En su momento, el asunto lo dio a conocer Kathryn Bolcovac, una ex oficial de policía de Nebraska, Estados Unidos, reclutada por la ONU para tareas policiales en los suburbios de Sarajevo, cuando todavía había francotiradores en cada esquina. No duró mucho en el puesto. La misma corporación que la había contratado –DynCorp, una agencia que terceriza trabajos de seguridad para la ONU– la despidió cuando Bolcovac comenzó a investigar y denunciar la esclavitud sexual a que eran sometidas las mujeres jóvenes de la región, justo por aquellos que, paradójicamente, debían velar por su seguridad.
La película de Kondracki se concentra en la odisea personal de Bolcovac, que debió enfrentarse sola a un ejército y una corporación constituida casi en su totalidad por hombres. En la piel de la protagonista, el trabajo de Rachel Weisz es creíble, sincero, y las intenciones del film –qué duda cabe– son meritorias. Pero en su afán de conmover al público de la manera que sea, La verdad oculta apela más de una vez a los mismos recursos que dice denunciar, regodeándose en escenas de tortura y explotación que debió haber evitado.