El 2020 fue especial para los fanáticos de la obra de Federico Fellini: ese año se cumplió un siglo del nacimiento del director de La dolce vita, Ocho y medio y Amarcord; y, como parte de los festejos, se realizaron varios documentales centrados en distintas facetas de su obra. Fellinopolis, por ejemplo, presentada en el último BAFICI. En ese contexto se inscribe La verdad sobre La dolce vita, de Giuseppe Pedersoli, también exhibida en el festival porteño, que ya desde su título promete bucear en los pormenores de una de las producciones más caóticas del cine italiano de la época.
Un caos generado, principalmente, por las ambiciones de un Fellini que imaginaba una película de cuatro horas, así como también por el costo de una producción que superó ampliamente el límite de 500 millones de liras establecido por los productores Angelo Rizzoli y Giuseppe Amato. Este último es sindicado como el principal responsable de que la película haya visto la luz, como demuestra el hecho de que su hija sea una de las principales entrevistadas.
Pedersoli propone un relato cronológico que avanza mediante tres mecanismos: las entrevistas a cámara (muchas de ellas de archivo), una buena cantidad de cartas y notas enviadas entre Fellini y sus productores, y las precarias recreaciones ficcionales de distintas charlas y cruces entre el director, Rizzoli y Amato.
De indudable raigambre televisiva, La verdad sobre La dolce vita funciona como registro de una época esplendorosa del cine. Una donde convivían –no siempre de manera armónica– la megalomanía autoral, productores dispuestos a tomar riesgos y una industria que, aunque por momentos reticente, confiaba plenamente en la voz de los directores. Incluso en la de aquellas que querían filmar cosas más grandes que la vida.