UN ROMPECABEZAS FELLINESCO
Digamos que hay un género que incluye una larga lista de documentales destinados a contarnos las dificultades surgidas durante la filmación de grandes películas. La galería de motivos va desde los caprichos megalómanos de los cineastas hasta la mezquindad de los productores que, cuando no inciden en la parte creativa, suelen romper las guindas con los presupuestos. En ese terreno de disputas se han narrado historias maravillosamente crueles que han dejado un legado para la posteridad. Tal vez en esta línea pueda acreditarse valor a la propuesta de Giuseppe Pedersoli. Aunque, pensándolo bien, señores y señores, están Federico Fellini y La dolce vita, y entonces, nada se pierde con echar una mirada.
La base de todo esto es un libro que se llamó La veritá sulla Dolce Vita y su autor fue Peppino Amato, el productor de la odisea en cuestión, cuyo derrotero le llevó a dos infartos; el último no pudo contarlo. El punto más vulnerable de esta simpática película es ese estilo de dramatizaciones donde aparecen pelucas y maquillajes inverosímiles. En efecto, si bien Luigi Petrucci se carga bien a la figura mítica de Amato (clave para que la película de Fellini pudiera terminarse y estrenarse, pese a todos los obstáculos financieros y eclesiásticos), el abuso del recurso inclina la balanza para el ridículo. No obstante, no puede obviarse el interés que despierta la trama, un campo de tensiones entre director, productores, curas y políticos. Y si bien la locura de Fellini sería impensable para esta época de tibios, es justo decir que tipos como Amato hacen falta. Pedersoli combina registros fílmicos, documentos, cartas y ficcionaliza diálogos y situaciones a fin de armar ese rompecabezas que prácticamente le costó la vida al productor, un intermediario entre los sueños y los intereses económicos. El precio fue alto, pero el protagonista confiesa que ha vivido, que ha dejado algo para la posteridad.
Hay que decir que ciertas situaciones que dan cuenta de los inconvenientes parecen sacadas de una comedia a la italiana y es ahí donde, como buen tano, Pedersoli nos gana por la vía afectiva.