La primera película en Francia del premiado realizador japonés tiene como protagonistas a Catherine Deneuve y Juliette Binoche como madre e hija con una relación bastante complicada. Una gran película con dos actrices en estado de gracia.
La primera película del realizador japonés tras ganar el Oscar lo encuentra, como suele suceder, filmando fuera de su país, en este caso en Francia. Es su primer film fuera de Japón pero, a pesar de algunas diferencias específicas, el tema sigue siendo similar al de las previas: las relaciones familiares. Seguramente una familia cuya madre es Catherine Deneuve y su hija Juliette Binoche (y su yerno, Ethan Hawke) puede parecer muy distinta a las que pueblan su filmografía previa, pero el interés por describir y analizar las mecánicas de esas relaciones, por ofrecer un punto de vista crítico pero una mirada, finalmente, humanista y comprensiva con sus personajes es muy similar.
Las tensiones, frustraciones y alegrías de una familia han sido siempre los temas del director de DESPUÉS DE LA TORMENTA y NADIE SABE, por momentos de maneras más cálidas y en otros más críticas y duras. En casi todas sus películas las familias son construcciones inestables, un tanto ficticias, en las que la negociación entre el interés personal y el común siempre es tema de conflicto, como sucedía en esas películas o las también celebradas DE TAL PADRE, TAL HIJO o la propia SHOPLIFTERS. Y acá eso no ha cambiado, por más que el universo se haya mudado al detrás de escena de un rodaje y tenga a una actriz como protagonista. De hecho, ese universo es ideal para plantear esos mismos temas de sus películas asiáticas.
Catherine Deneuve interpreta a Fabienne, una diva del cine francés que uno podría interpretar/confundir con una versión un tanto exagerada y paródica de la propia actriz. Es una mujer olvidadiza y mentirosa, que no se hace cargo de sus raros manejos y que anda por la vida con un aire de superioridad que irrita a muchos, especialmente a su hija, Lumir (Juliette Binoche), una escritora que, por su salud, trata de mantenerse lo más lejos posible de su dominante madre. Pero si bien todo esto tiene aroma a denso drama familiar, Koreeda mantiene por lo general un tono jovial y, en la personificación de Deneuve, hasta bastante gracioso.
Lumir, su marido norteamericano (Ethan Hawke, interpretando también a un actor) y su pequeña hija visitan a Fabienne en su caserón parisino para acompañarla en el lanzamiento de su autobiografía. Lumir ha llegado allí sin leer el libro y, apenas lo hace, se da cuenta que está muy lejos de contar la verdad acerca de su relación. Acerca de nada, en realidad. Esa situación empieza a tensar las cuerdas de una serie de relaciones plagadas de mentiras, pequeñas o grandes, como las que Fabianne tiene con su ex marido, el actual, su asistente personal y, claro, con su familia y hasta su trabajo.
Los conflictos, recelos y momentos más amables y livianos irán surgiendo a lo largo de un rodaje de una película en la que Lumir se queda acompañando a su madre luego de que su asistente personal decide abandonarla ya que la mujer a la que dedicó su vida tampoco ni siquiera lo menciona en su autobiografía. Así seremos testigos de la siempre tirante y falsa relación de Fabianne con el resto del elenco (en especial con su coprotagonista), de sus miedos y demandas, y finalmente su habilidad para ser honesta solo cuando miente. Es decir, cuando actúa textos escritos por otros. Y eso, que hace en la ficción, querrá hacerlo también en la realidad.
La verdad
Para Lumir es un arma de doble filo ya que ella es una escritora y entiende muy bien los mecanismos de expresarse a través de la ficción y de los personajes, pero no es fácil cuando es su propia vida y su relación con su madre la que está en discusión. De algún modo, LA VERDAD pone en juego esas idas y vueltas entre ambos mundos. Y acaso a la conclusión a la que llegue es que, aunque en las apariencias mentira y verdad puedan ser indistinguibles, lo esencial funciona por debajo de esas capas y construcciones. Hay roles y performances en una familia, y más que negar esa realidad, la clave está en asumirlas como parte del asunto.
Una de las claves está en la relación entre Fabianne y su nieta, una niña a la que llena de historias acerca de sus poderes mágicos para transformar personas en animales. Ese tipo de fantasías, celebradas en cualquier familia y amadas en este caso por la pequeña, son las que después se vuelven “en contra” en esa misma relación, cuando cualquier cosa que no sea honestidad entre padres e hijos se ve como irresponsable o negador. Lo que Koreeda construye acá es una rara fábula en donde la ficción juega un rol igual o más importante que la verdad y en el que la única conciliación posible está en aceptar esas dos caras de la misma moneda.
Deneuve esta ligera como pocas veces desde su época dorada y eso ayuda a que la película se mantenga graciosa y lúdica, aún cuando la apuesta emocional, la tirantez y los conflictos crecen. Binoche, por su parte, apuesta por una personificación más de corte naturalista y muy creíble. Y lo mismo sucede con casi todo el elenco, aunque quizás al personaje de Hawke le falte más desarrollo. En su mudanza a Europa, el realizador japonés se mantuvo en la buena senda que viene recorriendo a lo largo de estos años de su carrera, acaso los más brillantes desde sus iniciales.