¿La verdad? No.
Podría hablarse del Teorema de Binoche para explicar que varios reconocidos autores contemporáneos hayan confiado en ella a la hora de filmar en Francia. Krzstof Kieslowski en Bleu, Michael Haneke en Code Unknown y Caché, Hou Hsiao-Hsien en El vuelo del globo rojo, Abbas Kiarostami en Copia certificada y ahora Hirokazu Kore-eda en La verdad, que hoy se estrena en cine argentinos. Ninguno de ellos fracasó del todo, alguno ya venía llevando bien la transculturación (Haneke) y otro parecía incapaz de filmar nada que no fuera una obra maestra, en el idioma y país de los que se tratara (Kiarostami). Kore-eda choca y vuelca. En Still Walking (2008) el realizador de After Life encontró en las dinámicas familiares una zona de confort. Más que instalarse cómodamente, dentro de esa zona se expandió en todas las direcciones posibles, hasta el punto de imaginar una familia de pequeños ladrones en su película previa, Shoplifters (2018). Si algunas de esas películas (la propia Still Walking, Our Little Sister) orillaban una versión oriental de famiglia unita, en La verdad, basada en un cuento ajeno (lo cual no es frecuente en su obra), al realizador de Nobody Knows se lo siente así: ajeno, desconectado, sin poder morder un roll de sushi que lo devuelva a la patria de su cine.
Comedia dramática benevolente, no cuesta imaginar una versión con Shirley McLaine en el papel de Catherine Deneuve, Julia Roberts en el de Binoche, Ethan Hawke en el de Ethan Hawke, Juliette Lewis en el de Ludivine Sagnier y John Goodman en el del esposo buenazo y servicial. Deneuve se representa obviamente a sí misma (y se burla un poco de sí misma) en el rol de Fabienne, diva veterana en tren de comenzar a ensayar película nueva. Viene de escribir sus memorias y en esa circunstancia la visita su hija Lumir, guionista radicada en Hollywood (Binoche) junto a su esposo actor, Hank (Hawke) y la hija de ambos. ¡Ah, qué sería de cierto cine si no existieran las reuniones familiares! En casa también está el nuevo marido de Fabienne, que antes de que se sepa que es tal más parece el cocinero, y en algún momento cae de visita (si no se juntan todos no hay reunión) el papá de Lumir, un colgado sin un peso en el bolsillo. Lumir, que no lo ve hace siglos, le da poca bola, y Fabienne, que en sus memorias miente que el tipo murió, lo trata como tal. Cuando llega a los ensayos, a Fabienne no le gusta nada encontrarse a la sub-40 que hace el papel de ella cuando joven (Ludivine Sagnier), recela de la que hace de su hija y desparrama veneno en todas las direcciones.
Sí, créase o no la gran dama del cine es vanidosa, caprichosa, egoísta, competitiva y pendiente de su imagen. Si no me lo decía jamás lo hubiera imaginado. Los otros personajes son menos cliché por la sencilla razón de que no son personajes. Salvo, póngale, la hija comprensiva, habituada a que mamá es como es, y el resignado nuevo marido, actor secundario en su vida. Hay un suicidio que pesa en la conciencia, un personaje que recuerda a la suicidada, la confesión de Fabienne de que sentía celos de otra actriz, un ex alcohólico que vuelve a tomar, el previsible enfrentamiento y presunta catarsis entre madre e hija, y todos terminan siendo felices y comieron la comida italiana que prepara el marido-cocinero. Las escenas en las que Deneuve y Binoche quieren mostrarse “graciosas” y “espontáneas” parecen ejercicios teatrales berretas.
De acuerdo, es de suponer que no sólo la transculturación habrá afectado a Kore-eda, sino también el hecho de filmar con tres stars, Deneuve, Binoche y Hawke. Lo más preocupante no es que la película le haya salido mal, porque eso le puede pasar a cualquiera, sino que haya aceptado no sólo filmar, sino encima adaptar, un cuento irredimible.
En vista de los antecedentes vamos a hacer la vista gorda, don Kore. Pero eso sí: que no se repita.