"Adagios" con instrumentos preciosos
Irregular, imperfecta, pero sensible, con criaturas que viven intensamente, "La vida anterior" se inspira en la novela de Silvia Arazi "La maestra de canto", sobre tres jóvenes envueltos por el arte, aunque no todos tengan talento ni sepan usar con felicidad sus condiciones. Ahí está Ana, una chica tímida que quisiera ser soprano lírica pero cuanto mucho llegará a "soubrette", según le dice despectivamente su maestra. Un día la chica se siente deslumbrada por Ursula, rubia medio wagneriana con futuro de soprano dramática. Tanto la deslumbra, que quiere contactarla con un prestigioso maestro del Colón y hacerse su amiga. La invita a su departamento, le presenta a su pareja, un músico y pintor melancólico, y la otra se hace amiga de ambos, acude a ese hogar cuando se siente mal, comparte también sus curiosos entusiasmos.
No corresponde contar más. Sólo advertir que el conjunto tiene un estilo singular, deliberadamente demodé, cercano precisamente a esas criaturas de romanticismo arcaico. Hay que aceptar esto, lo cual sería sencillo si esto fuera, por ejemplo, de 1957, como "Mompti", la comedia triste de dos jóvenes ilusos que el entonces ya experto Helmut Kautner desarrolló con recursos de estilo novedosos para la época, que la Nouvelle Vague divulgaría mucho tiempo después arrogándoselos como propios. Pero "La vida anterior" se hizo ahora con recursos similares (y menos experiencia), por eso desconcierta. En verdad, su mayor "defecto" es otro: las tres partes en que se divide, a la manera de un concierto, son tres adagios.
Eso si, tiene tres instrumentos preciosos: Elena Roger, cantando a veces en una tesitura distinta a la habitual, y desarrollando su capacidad de actriz, Esmeralda Mitre, actriz que supo cumplir el desafío de cantar (aunque fuera doblada por Mirta Arrúa Lichi, igual debía cantar, para que pudiera notarse el esfuerzo en el rostro), y Adriana Aizemberg en el personaje deliciosamente histriónico de la maestra de canto. Las acompañan Sergio Surraco, Juanjo Camero, y, en muy breve aparición, Omar Calicchio y Paula Kohan haciendo los pintorescos Valerio y Mariucha, dos "internos del Colón" que se lo pasan hablando con frases de operas. Ojalá hubieran aparecido más veces. Una rareza, el cameo del crítico Angel Faretta en el papel de profesor. Una delicia, la música especialmente compuesta por Pablo Sala, incluyendo un lieder alemán supuestamente clásico. Y otra, el final a pleno de Elena Roger, que nos hace disculpar casi todos los problemas de la película.