Realizador de un gran film previo como Cous Cous, fantástica radiografía de una comunidad afincada en otro país, con sus incertidumbres y certezas, ahora arremete con esta deslumbrante, abarcadora, descomunal nueva obra La vida de Adèle. Una presencia reflejada a toda gestualidad en una pantalla que registra puntillosamente hasta sus más mínimos gestos en rabiosos y siempre reveladores primeros planos. Abdellatif Kechiche, un cineasta que demuestra una absoluta capacidad de extraer el talento y la capacidad emocional de sus criaturas, se ocupa simplemente de narrar en imágenes la vida adolescente y el proceso de maduración de una chica desbordada de hormonas en su sinuosa búsqueda sexual, amorosa y existencial. Para ello se vale de tres horas de metraje cinematográfico que, de manera casi inexplicable, no se sienten, y hasta parecen pertenecer a un film de clásica duración de hora y media. Tan explícita en sus escenas íntimas como en las sentimentales, La vida de Adèle es un derroche de humanidad que atribula y compromete al espectador plano tras plano. Y que con tan poco –aparentemente- para contar, quite el aliento, conmueva, estimule, hechice, arrebate; se debe en gran parte a una actriz joven indiscutiblemente extraordinaria llamada Adèle Exarchopoulos. Un sinnúmero de sensaciones enfatizadas por ella junto a un magnífico elenco acompañante.