Terciopelo azul
La Vida de Adèle es de esas películas que te dejan sin aliento. Esas que resultan las más complejas de describir por la dificultad de poner en palabras un sentimiento. Más allá de ser visualmente hermosa, La Vida de Adèle es una gran historia de amor. Enorme, visceral, de esas subcutáneas. El cine necesita más escenas de amor explícito como las que nos entrega el director tunecino Abdellatif Kechiche. Sexo sin tapujos en secuencias de un nivel de pasión carnal liberadora que pocos se han animado a mostrar en pantalla grande, o más bien a estrenar de manera comercial. Dicha valentía siempre genera controversia cuando nos enfocamos en el tema equivocado. Lo importante de La Vida de Adèle es la historia de amor y sus dos involucradas, Adèle y Emma. Dos actrices que desprenden en cada fotograma un aura de sensualidad incomparable, dos milagros que aparecen con la frecuencia de un cometa que pasa cada diez años. Ambas nos cautivan y enamoran desde su primera aparición en pantalla, generando la fuerza de un imán, atrayéndonos constantemente hacia sus rostros de rasgos perfectos, dueñas de una gran belleza natural y pieles aterciopeladas....