Solo se trata de vivir.
¿Por dónde encarar una película que contiene tantos disparadores de análisis por la multiplicidad de impresiones emocionales, sociales y morales que despierta? El film del tunecino Abdellatif Kechiche no plantea un eje tradicional de conflicto, sino que se centra en algo tan vital y descarnado como lo es la vida misma.
De eso va La Vida de Adèle, de la experiencia de vivir con todo lo que ello conlleva, por eso estamos ante una obra puramente emocional, entrañable, cruda y honesta. El realismo es absoluto, sin ningún condimento o agregado; hay ausencia de música extradiegética, flashbacks, montajes que agilicen la trama o voz en off. Kechiche nos cuenta esta historia visceral valiéndose de un magnífico uso de los primeros planos y sumergiendo la cámara en los poros de la piel de sus protagonistas. Ningún rasgo facial -por más imperceptible que sea- es pasado por alto, el rostro de Adèle funciona como un espejo del nuestro, su mirada, sonrisa, lágrimas, encías, pupilas, todo es capturado con tal intensidad que conduce a una empatía inevitable...