La verdad en tus ojos
Transposición a la pantalla grande del cómic El azul es un color cálido, La vida de Adele (La Vie d'Adèle – Chapitres 1 & 2, Abdellatif Kechiche, 2013) es una obra que perdurará en los espectadores gracias a su intensidad y consagratoria labor de Adèle Exarchopoulos.
Pocas veces el cine le permitió a una actriz brillar en cada escena sin perder la esencia del drama que la contiene. Aplaudida en Cannes (en donde la película fue premiada con la Palma de Oro), Adèle Exarchopoulos ofrece con su homónima criatura una pequeña gema de verdad en cada fotograma; como espectadores conocemos sus dudas, sus temores, y, finalmente, el intenso amor que siente por Emma (la igualmente notable Léa Seydoux). Tres horas de duración tiene este film que también consagra al director de franco-tunecino Abdellatif Kechiche, quien con sus dos películas anteriores (Juegos de amor esquivo, L'esquive, 2003; Cous Cous, La Gran Cena, La graine et le mulet, 2007) ya había demostrado una extraordinaria capacidad de observación, además de una finísima dirección actoral siempre a tono con el realismo naturalista.
Adèle es una adolescente de clase media baja que admira a la literatura. Su amor por las letras no la ayuda a congeniar con el resto de sus compañeros, de quienes parece no recibir demasiada atención. Tal vez, no podría ser de otra forma; hay un malestar en su mirada, un sopor en su deambular que connotan cierta inconformidad. El beso furtivo que le roba una compañera (apenas un “juego”, no un sentimiento positivo) deviene en desilusión. Pero lo que le pasa con la irreverente Emma es distinto. Un “flechazo” es lo que le produce esa muchacha de pelo azul algunos años mayor, estudiante avanzada de artes que tiene lo que a ella le falta: seguridad.
Tras un primer encuentro entre ambas, La vida de Adele posa su cámara en los múltiples momentos de la relación. Tal vez por la frontalidad y registro explícito que las define, las escenas de sexo tuvieron una atención de la prensa un tanto desmesurada. En todo caso, son tan apasionadas y veraces como lo es el film entero; en esas poses amatorias persiste la misma verdad que hay en la forma en la que Adèle posa para ser retratada por su novia, o el modo en el que acaricia su cabello, casi como si la cámara de Kechiche arrancara momentos de la materia biográfica más que construirlos. Es un cine visceral y honesto, que no escatima sentimiento y se despreocupa por los andariveles clásicos del drama amoroso. Y no es que la película no transite todos los estados de una pareja, sólo que su temporalidad está dada por la conciencia y la carnalidad del amor que explora. Y su degradación se impone penumbrosa, al borde de lo insoportable.
La vida de Adele es el testimonio de un amor, un relato de iniciación que condensa un tono propio de la mejor tradición del cine francés, la nouvelle vague, con su predilección por los espacios abiertos y urbanos, la urgencia de los planos, la cámara en mano, la visceralidad puesta en escena. De forma solapada también es una mirada sobre la dinámica social en una Francia post-Sarkozi, con sus reclamos estudiantiles y las divisiones de clase. Lo que al principio podía pasar desapercibido tiene un peso definitorio en el derrotero amoroso de la joven: ella pertenece a la clase trabajadora y su aspiración máxima es la docencia en el nivel inicial, Emma le sugiere (¿o le recrimina?) que explote su talento en la literatura con otros fines.
En todas sus dimensiones, el film funciona. Y cuando termina, el espectador podrá recordar que su título es episódico. Y entonces restan esperanzas para volver a encontrarse con Adèle en el lugar en donde la vimos brillar.