Deseos humanos
Con el aval de haber sido la vencedora indiscutible en el último Festival de cine de Cannes 2013, donde consiguió conquistar la Palma de Oro además del Premio del Jurado, La vida de Adele se presenta como una de las propuestas más extremas y rompedoras de los últimos años.
El director del film, el tunecino Abdellatif Kechiche, quien ya había alcanzado cierto prestigio entre público y crítica con alguno de sus trabajos anteriores, caso de Juegos de amor esquivo (2003) o la más reciente Venus Noire (2010), nos ofrece una obra carnal y visceral, un retrato despojado de cualquier barroquismo y elemento sobrante que muta a través de sus extenuantes ciento ochenta minutos de metraje en un relato seco y dolorosamente realista.
Con la cámara pegada constantemente a la excelente protagonista, una emergente Adèle Exalchopourlos que deja boquiabierto a propios y a extraños con una interpretación tan arriesgada que podría marcarle para el resto de su carrera cinematogràfica, se nos explica el descubrimiento de su homosexualidad por parte de una chica que paulatinamente irá introduciéndose en una espiral diabólica de sentimientos al límite; todo ello de la mano de la que será su mentora y posterior confidente emocional, una no menos soberbia Leya Sedoux, quien da la réplica perfecta en un maravilloso duelo actoral a la protagonista. Pero si de algo se ha hablado hasta la saciedad cuando los sesudos entendidos han desmenuzado de forma laboriosa la película ha sido de sus abundantes y explícitas escenas sexuales, algunas demasiado duraderas para los escandalizados aunque necesarias para el desarrollo de la trama según otros.
En efecto, las escenas de cama de las heroínas de la función son largas y gráficas como casi nunca antes se había visto en una pantalla de cine. Podríamos decir que dichas secuencias superan lo erótico para situarse en el terreno de lo pornográfico, aunque queda muy claro en todo momento que son fruto de la consecuencia lógica de una relación amorosa llevada al territorio más físico y corporal (además, vaya por delante que los genitales que aparecen en algunos instantes son falsos).
Si hay que ponerle un pero a esta destacada producción, sería el engolamiento disfrazado de verbórrea intelectualoide que impera en algunas fases del film. Tanto Adele como Emma se mueven en los círculos culturales más “in” de su ciudad; una es maestra de escuela y la otra pintora y escultora, por lo que sus amistades son personas leídas y documentadas. Así, las líneas de diálogo que se van sucediendo suenan a pretenciosas y vacías.
Si la idea del director era enfrentarlas al instinto animal que lleva a las dos chicas a practicar sexo con fruición, el resultado se ha conseguido con creces. Si por el contrario lo que se busca es dotar al conjunto de una sofisticación no apta para paladares poco cultivados, el producto final adolece de contundencia y profundización.
Nuestra recomendación pasa por no dejarse amedrentar por su vasta duración y adentrarse en un trabajo diferente, algo a lo que el espectador medio no está acostumbrado. Se nota que estamos ante una adaptación mascullada, pensada y repensada una y mil veces, con un cuidado exquisito por ofrecer un producto digno que invite a la reflexión, algo que está muy caro en un cine donde por desgracia impera todo lo contrario.