Sensible y creíble historia de amor
Estreno local de la película ganadora del pasado Festival de Cannes, con un sorprendente trabajo del director Abdellatif Kechiche y una gran actuación de la bellísima Adèle Exarchopoulos en una historia de amor única.
De vez en cuando en el cine se produce un milagro. Poco podía esperarse del director tunecino Abdellatif Kechiche, ya que sus antecedentes (Cus Cus; El amor esquivo) no eran alentadores, pero con La vida de Adèle concibió hasta ahora su película más relevante, su milagro en imágenes.
Adele es una adolescente que aun no descubrió su cuerpo y que a través de un cruce de miradas se enamorará de Emma, artista plástica, chica de pelo azul, mirada misteriosa, sin dificultades por corroborar su sexualidad. De allí surgirá una gran historia de amor, dolor, pérdida, besos, caricias, orgasmos, llantos, mocos, peleas, reconciliaciones.
Con semejante material, que pudo haber caído en la cómoda historia de iniciación sexual, Kechiche construye una película sobre la piel, piel turgente de dos chicas que se aman de manera rotunda, provocando más de una molestia en el entorno que las rodea. La vida de Adele es un film de primeros planos, de acciones mínimas y cotidianas, de cámara que sigue al detalle los movimientos de la joven pareja.
El punto de vista es el de Adele, ya que la película muestra a su familia, a sus compañeras de colegio y a su primer trabajo escolar. La vemos comer fideos con tuco, observar su cuerpo, ir al boliche de lesbianas al encuentro de Emma. El descubrimiento de ambos cuerpos será extenso y prolongado, en una escena bella y creíble, ubicada muy lejos del voyeurístico porno-soft. Sexo crudo y realista fusionado al amor que se tiene la pareja, feliz para Adele y Emma, triunfante para el cine mismo.
Kechiche describe la vida de Adele pero desde ese momento también cobra protagonismo Emma, el círculo que la rodea, su familia, su trabajo artístico. Surgirán las dudas de Adele, la gran escena en que Emma echa a la protagonista de la casa donde ambas viven, el duelo, acaso la separación final en el bar, entre lágrimas necesarias y verosímiles, que se transmiten al espectador con la misma intensidad.
Semejante film de tres horas que parece poco y nada, de una gran sensibilidad y calidez en cada una de sus escenas, necesitaba dos actrices potentes que cargaran con un notorio protagonismo. Lea Seydoux, estupenda como Emma, confirma su lugar privilegiado como una gran intérprete del cine francés. Pero el milagro es Adéle Exarchopoulos en la piel de la protagonista: cada uno de sus mínimas acciones provoca un inusitado placer, cuando come, llora, miente, toma una cerveza, se cambia de ropa, trabaja en un jardín de infantes, convive con su gran amor. Imposible olvidar la mirada de Adele, imposible no enamorarse de ella.