El azul es un color cálido
Adèle es una chica que cursa el último año de la escuela secundaria. Tiene notas mediocres en todas las materias menos en la única que le gusta: literatura. Se divierte, tiene un numeroso grupo de amigas, es atractiva y en poco tiempo seduce al chico más popular del colegio y hasta tienen sexo sin más ceremonia que un par de salidas. Adèle transita todo este periplo como una espectadora, como si estuviera cumpliendo etapas de un video-juego, tal vez empujada por sus pares. Se le nota la apatía, la falta de ganas, hay algo que falla. Su chico se da cuenta, hablan, se dejan ir. Una compañera de clase le da un beso casual, ella se entusiasma pero la otra no, le dice que aquello fue producto de una circunstancia y que jamás se repetirá. Adèle sale de juerga con su amigo gay, Valentín, pero se escapa de la fiesta sin dar explicaciones y termina en un boliche de lesbianas. Y allí, sola en la barra, pidiendo un trago a pesar de ser menor de edad, conoce a la chica extraña del pelo azul. Se llama Emma, estudia “bellas artes” (Adèle le pregunta si existen las artes feas), se gustan, se re calientan y ya no lo pueden detener.
Emma la pasa a buscar por la escuela, sus amigas la ven y al otro día confrontan a Adèle por su supuesta homosexualidad. Ella lo niega rabiosamente. Pero la relación continúa. Visita a los padres de Emma en calidad de pareja, son gente rara, artistas, bohemios. Luego Emma visita a los padres de Adèle y ella la presenta como “una amiga que la está ayudando a estudiar filosofía”, esa materia que tanto le cuesta. Está bien-piensa Emma-su novia es joven y todavía no se anima a mostrarse tal cual es. Sin embargo se van a vivir juntas. Y ahí empieza el conflicto. Emma es un espíritu libre, no quiere atarse a los trabajos convencionales y gasta todo su tiempo y energía en luchar para que sus cuadros se exhiban. Adèle es más conservadora, sigue la carrera de maestra y empieza a enseñar en una escuela-“para ganarse la vida”-dice convencida. Adèle no encaja con los amigos de Emma y también perdió a los suyos (de hecho no vuelven a aparecer en el resto de la película). Emma le insiste para que se dedique a hacer “algo” cultural, le sugiere que se ponga a escribir con seriedad. Adèle le responde que solamente quiere tener una vida “normal”: cocinar para su pareja, trabajar y llegar a fin de mes. Esta situación las aleja de a poco. Adèle está aburrida, se siente sola, recupera sus instintos de seducción, baila sensual para un compañero del trabajo (curiosamente nunca deja de reaccionar favorablemente ante los avances masculinos y así lo muestran en toda la cinta) y se comporta como si estuviera soltera. Y hasta aquí llegamos con la crónica para no delatar el final.
Y de hecho la película es una crónica sobre Adèle, es su show interminable, sus dudas y complejos pensamientos. No me refiero al personaje sino a la actriz que la interpreta: Adèle Exarchopoulos quien terminó dándole su nombre al film y a la protagonista. ¿Cómo? La historia está basada en la exitosa novela “El azul es un color cálido” (de Julie Maroh) y nuestra heroína se llamaba “Clementine”. Pero cuando el director Abdellatif Kechiche se dio cuenta del pequeño tesoro que tenía detrás de su lente, todo se transformó en Adèle, pura y pasionalmente. Incluso desplazó a Emma y su cabello azul del centro de la escena (interpretada por Léa Seydoux) lo cual se refleja en la pérdida de ese color a lo largo de los años, otrora su sello característico y lo que volvía loca a Adèle.
De lo que todo el mundo debería estar hablando es de las maravillosas actuaciones, de la maestría del director para contar y filmar en forma entretenida y poco convencional, del placer que otorga sumergirse en “la vida de Adèle”. Pero claro, hay un pequeño gran problema: la escena de sexo. Y sexo hay mucho pero me refiero a esos larguísimos diez minutos donde Adèle y Emma se hacen de todo, sin reservas, sin censura, a lo bestia y dejando a medio mundo re caliente (hombres y lesbianas, supongo, aunque no quisiera dejar afuera a nadie). La molestia que sufren algunos espectadores, sin embargo, es comparable con aquella película de Vicent Gallo y Chloë Sevigny (The brown bunny, 2003). Es incómodo. ¿La diferencia? Gallo se fue insultado de Cannes mientras que Kechiche se llevó la Palma de Oro.
Esa escena podría haber sido más corta o menos intensa, tal vez, porque al principio el director nos hace creer que la relación entre Adèle y Emma supera lo carnal. Pero finalmente nos damos cuenta (y ellas también) que el sexo era lo único que las unía. En definitiva, lo que importa a la hora de sentarse a ver la película es que vamos a presenciar un estudio quirúrgico sobre el fin de la adolescencia y sobre el amor de pendejos, demencial, orgásmico, irrepetible.