Pelado botón Esta es la increíble historia de un hombre llamado Tuti Turman (Nicolás Vázquez), un joven millonario y exitoso que tiene todo en la vida: mujeres, dinero, propiedades, posesiones de lo más caprichosas y que se la pasa de una fiesta en otra. Pero no tiene pelo, casi nada, le queda poquito, se está quedando completamente pelado. Y como tal lo sufre, con espanto, al punto de hacer cualquier cosa por cambiar esta situación. El portero de su edificio le cuenta que en su pueblo natal, Las Toribias, existe una cascada natural cuya agua se presume milagrosa y que puede –entre otras cosas– generar cabello abundante sobre cualquier cabeza. Entonces Tuti parte hacia dicha localidad (lejana e imprecisa, puede ser en cualquier punto del país o América Latina) con el objetivo de probar ese líquido fantástico. Y pronto descubre que la leyenda era cierta en cada detalle. El pelo aparece, contante y sonante, como si nunca hubiera sido pelado. Claro que, como buen hombre de negocios, imagina la apertura de un spa capilar de lujo en aquel remoto lugar, una oportunidad única de multiplicar sus millones. Pero esta maniobra despierta la desconfianza de los lugareños, en especial del alcalde de Las Toribias, Nemesio (Carlos Valderrama) y de Machaco (Rubén Rada), un hombre de pocas palabras y de armas tomar. Una vez planteada esta línea de argumento, se disparan una decena de sub-tramas metafísicas que incluyen una cierta mitología latinoamericana, de pachamamas genéricas y magia de “pueblos originarios”. De esta manera, el director Néstor Montalbano alcanza su trilogía del absurdo que comenzara con Soy tu aventura (2003) y Pájaros volando (2010) y que ya había germinado en el programa de televisión Todo por dos pesos (1999 – 2002). Nuevamente apela al recurso de mezclar actores profesionales con amateurs (o directamente improvisados) y a la sorpresa constante. En esta oportunidad, Nicolás Vázquez emerge como la cabeza de un elenco lisérgico e increíble. La presencia de Carlos “el pibe” Valderrama (ex futbolista colombiano, estrella internacional que brillara en copas del mundo y en Europa) genera un efecto humorístico que no se gasta ni un poco a lo largo de la película: todavía me estoy riendo de cada una de sus frases y gestos. Rubén “el negro” Rada (músico uruguayo, símbolo cultural de su país) provee un toque de ternura campechana que termina de cerrar el color folklórico de Las Toribias, a pesar de hacerse el malo con un fusil. Del resto se destaca Beatriz Fernández como “la abuela Ñaca” (una especie de bruja buena que tiene delirios místicos) y el regreso (aunque no sabemos cuándo se fue) de Ivo Cutzarida. El resultado es una película de aventuras y de risa fácil pero honesta. Apta para el espectador nacido y criado bajo el signo de Cha, Cha, Cha y conocedor de ese lenguaje particular y mordaz, símbolo de la ironía decadente de los años 90. No hallaremos respuestas ni satisfacción en esta cinta de Montalbano, de hecho la segunda parte se desbarranca en pequeñas historias y personajes secundarios que jamás verán resolución, pero todo será soportable si nos dejamos llevar por el humor y la locura. Lo mejor es pegar un salto dentro de la leyenda del Chapí, el santo popular que le dio poderes a la dichosa cascada, y dejar que nuestro pelo llegue a la cintura.
El azul es un color cálido Adèle es una chica que cursa el último año de la escuela secundaria. Tiene notas mediocres en todas las materias menos en la única que le gusta: literatura. Se divierte, tiene un numeroso grupo de amigas, es atractiva y en poco tiempo seduce al chico más popular del colegio y hasta tienen sexo sin más ceremonia que un par de salidas. Adèle transita todo este periplo como una espectadora, como si estuviera cumpliendo etapas de un video-juego, tal vez empujada por sus pares. Se le nota la apatía, la falta de ganas, hay algo que falla. Su chico se da cuenta, hablan, se dejan ir. Una compañera de clase le da un beso casual, ella se entusiasma pero la otra no, le dice que aquello fue producto de una circunstancia y que jamás se repetirá. Adèle sale de juerga con su amigo gay, Valentín, pero se escapa de la fiesta sin dar explicaciones y termina en un boliche de lesbianas. Y allí, sola en la barra, pidiendo un trago a pesar de ser menor de edad, conoce a la chica extraña del pelo azul. Se llama Emma, estudia “bellas artes” (Adèle le pregunta si existen las artes feas), se gustan, se re calientan y ya no lo pueden detener. Emma la pasa a buscar por la escuela, sus amigas la ven y al otro día confrontan a Adèle por su supuesta homosexualidad. Ella lo niega rabiosamente. Pero la relación continúa. Visita a los padres de Emma en calidad de pareja, son gente rara, artistas, bohemios. Luego Emma visita a los padres de Adèle y ella la presenta como “una amiga que la está ayudando a estudiar filosofía”, esa materia que tanto le cuesta. Está bien-piensa Emma-su novia es joven y todavía no se anima a mostrarse tal cual es. Sin embargo se van a vivir juntas. Y ahí empieza el conflicto. Emma es un espíritu libre, no quiere atarse a los trabajos convencionales y gasta todo su tiempo y energía en luchar para que sus cuadros se exhiban. Adèle es más conservadora, sigue la carrera de maestra y empieza a enseñar en una escuela-“para ganarse la vida”-dice convencida. Adèle no encaja con los amigos de Emma y también perdió a los suyos (de hecho no vuelven a aparecer en el resto de la película). Emma le insiste para que se dedique a hacer “algo” cultural, le sugiere que se ponga a escribir con seriedad. Adèle le responde que solamente quiere tener una vida “normal”: cocinar para su pareja, trabajar y llegar a fin de mes. Esta situación las aleja de a poco. Adèle está aburrida, se siente sola, recupera sus instintos de seducción, baila sensual para un compañero del trabajo (curiosamente nunca deja de reaccionar favorablemente ante los avances masculinos y así lo muestran en toda la cinta) y se comporta como si estuviera soltera. Y hasta aquí llegamos con la crónica para no delatar el final. Y de hecho la película es una crónica sobre Adèle, es su show interminable, sus dudas y complejos pensamientos. No me refiero al personaje sino a la actriz que la interpreta: Adèle Exarchopoulos quien terminó dándole su nombre al film y a la protagonista. ¿Cómo? La historia está basada en la exitosa novela “El azul es un color cálido” (de Julie Maroh) y nuestra heroína se llamaba “Clementine”. Pero cuando el director Abdellatif Kechiche se dio cuenta del pequeño tesoro que tenía detrás de su lente, todo se transformó en Adèle, pura y pasionalmente. Incluso desplazó a Emma y su cabello azul del centro de la escena (interpretada por Léa Seydoux) lo cual se refleja en la pérdida de ese color a lo largo de los años, otrora su sello característico y lo que volvía loca a Adèle. De lo que todo el mundo debería estar hablando es de las maravillosas actuaciones, de la maestría del director para contar y filmar en forma entretenida y poco convencional, del placer que otorga sumergirse en “la vida de Adèle”. Pero claro, hay un pequeño gran problema: la escena de sexo. Y sexo hay mucho pero me refiero a esos larguísimos diez minutos donde Adèle y Emma se hacen de todo, sin reservas, sin censura, a lo bestia y dejando a medio mundo re caliente (hombres y lesbianas, supongo, aunque no quisiera dejar afuera a nadie). La molestia que sufren algunos espectadores, sin embargo, es comparable con aquella película de Vicent Gallo y Chloë Sevigny (The brown bunny, 2003). Es incómodo. ¿La diferencia? Gallo se fue insultado de Cannes mientras que Kechiche se llevó la Palma de Oro. Esa escena podría haber sido más corta o menos intensa, tal vez, porque al principio el director nos hace creer que la relación entre Adèle y Emma supera lo carnal. Pero finalmente nos damos cuenta (y ellas también) que el sexo era lo único que las unía. En definitiva, lo que importa a la hora de sentarse a ver la película es que vamos a presenciar un estudio quirúrgico sobre el fin de la adolescencia y sobre el amor de pendejos, demencial, orgásmico, irrepetible.
Bloqueados Una comedia romántica sobre escritores y su mundo de fantasía que interfiere con la realidad. Desde el comienzo, cuando los personajes hablan, se imprimen letras sobre la pantalla para dejar en claro que están narrando una historia (luego el recurso es abandonado inexplicablemente). Un novelista exitoso llamado Bill Borgens (Greg Kinnear) se encuentra bloqueado y no puede avanzar con su nuevo libro. La separación de su mujer Erica (Jennifer Connelly) tres años antes lo ha dejado sin inspiración. En vez de continuar con su vida, Bill la sigue esperando y con frecuencia va a su casa de noche para espiarla. Los hijos de la pareja divorciada continúan viviendo con el padre quien los ha influenciado para que se conviertan en escritores como él. La hija, recién salida del secundario, recibe la buena noticia de que su primer libro será publicado. Samantha (interpretada por Lily Collins) lleva una vida liberal y de fiestas, y no quiere compromisos. Su hermano Rusty (Nat Wolff), en cambio, es un adolescente romántico e inexperto que está enamorado perdidamente de una compañera de la escuela a quien dedica sus poemas. El conflicto central de esta película radica en el dilema irreconciliable entre el amor y el sexo, entre lo convencional o la supuesta libertad. Bill, como padre, pone un ejemplo contradictorio a sus hijos. Por un lado sigue convencido de que su ex esposa regresará pero, por otro, mantiene una relación casual con una vecina que consiste en tener relaciones sexuales durante 20 minutos cuando ella sale a correr (de hecho lo apura para mantener el ritmo aeróbico y luego sigue trotando). Samantha sigue sus pasos, tanto en la literatura como en la vida, hasta que conoce a un chico que consigue conmoverla (Logan Lerman). Rusty, por su parte, alcanza su sueño y conquista a la chica idealizada (la angelical Liana Liberato) pero descubre que detrás de una imagen de dulzura y perfección se esconde una joven con muchos problemas. Sin embargo, Bill apoya esta compleja relación con la creencia de que su hijo ganará la experiencia suficiente para mejorar sus mediocres intentos literarios. Con todos estos ingredientes se obtiene una película de amor genérica con pocas sorpresas. La narración es prácticamente televisiva y los giros dramáticos inverosímiles. Con la necesidad de mantener la calificación (P/13) se le baja el tono a la tensión sexual propuesta en un principio, lo cual priva a la historia de toda intensidad. Greg Kinnear atraviesa la cinta sin dejar nada para recordar y una tibia Lily Collins fracasa en vender la imagen de escritora femme fatale (es decir, una versión femenina de David Duchovny en Californication). Liana Liberato y Nat Wolff convencen pero les otorgan poco espacio. Un grueso error, voluntario o por falta de presupuesto, es la escasa presencia en pantalla de la siempre bella Jennifer Connelly. Es increíble que todos los actores principales y secundarios tengan escenas de sexo (aunque disimuladas y gélidas) menos ella. La mano de los productores se siente demasiado en el guión. La idea de sumergirse en una familia de escritores que habitan juntos una casa y que se tienen celos profesionales y que viven al límite, era muy atractiva pero termina por diluirse. Todo acaba por edulcorarse con la escena final en una amable comida de “Acción de gracias”. Si bien es un buen entretenimiento y dura poco, nos quedamos con la ganas de conocer mejor a los personajes.
Segundos afuera De un documental sobre boxeadores sin fama puede esperarse algo inusual pero las historias son Hollywood clásico. Aquello que la saga de Rocky exprimió hasta la caricatura, está presente en cada fotograma pero con un discurso humano que conmueve. Cinco cenicientas que emergen de situaciones marginales, de pobreza, de tragedias sociales y familiares, buscando su lugarcito en el mundo. Y a los golpes, claro está. El boxeo es un deporte individual porque el tipo se sube solo al ring y el otro es un enemigo al que hay que vencer, pero en el ambiente del gimnasio las escenas son prácticamente hogareñas. El director, Víctor Cruz, elige la distancia de un testigo en vez de la narración lineal. La cinta nos va metiendo en la vida de un club de barrio (nada menos que en Constitución) con todos sus personajes típicos, con entrenadores que son padres y madres para sus pupilos. El ambiente ferroviario y bonaerense está presente por todos lados y el gimnasio pertenece a La Fraternidad, lo que ayuda a describir a una clase social invisible para los asistentes a los grandes shows de boxeo del Luna Park. A las órdenes de Alberto Santoro, los muchachos se entrenan para alcanzar sus sueños, entre charlas entrañables, incluso discuten sobre El Padrino II; infaltable a la hora de hablar de códigos de honor en un deporte que transita sobre la cornisa permanente de dañar al adversario y, a la vez, respetarlo. De hecho podríamos pensar que la frase “no es personal, son solamente negocios” (repetida en la trilogía de Coppola) encaja a la perfección en esta actividad. La estrella del club es el joven pugilista Jeremías Castillo de quien se espera alcance la gloria. El entrenador y los compañeros intentan aconsejarlo mediante anécdotas aleccionadoras y recomendaciones de todo tipo. Sin embargo, la rutina del entrenamiento lo fastidia y no ve la hora de salir a pelear sobre el ring (“poco amigo del gimnasio” lo describe el periodista Walter Nelson en su breve aparición en la pantalla). Sin llegar a ninguna resolución, la película termina como empezó: a las piñas. Cuando las luces se encienden, el espectador siente que ha concluido una visita de 67 minutos a un mundo que no le pertenece y que seguramente ignora por completo.
Manuelita Entre sus manos -título en nuestro país- se llama una película que cuenta la historia de un adicto a la pornografía que se pasa el 80% de la cinta masturbándose. A pesar del chiste, demasiado obvio, el nombre es más ajustado que el original Don Jon (sic) porque de Don Juan Tenorio, este muchacho no tiene nada. Durante la primera parte, Jon (Joseph Gordon- Levitt) declama un manifiesto onanista como si se tratara de una clase de filosofía. Las pornos que consume son cortas, rápidas y efectivas, podría decirse que están diseñadas para el comportamiento compulsivo. Lejos de ser un perdedor que se queda en casa jugando consigo mismo, cada tanto sale a los boliches con sus amigos y se levanta una chica. Y lo hace con mucha facilidad, tiene todo lo necesario para hacerlo: belleza, músculos y hasta un poco de inteligencia. Sin embargo, nos aclara que el sexo real no es tan maravilloso como sus películas triple X. En una de esas noches conoce a Bárbara (Scarlett Johansson), quien parece ser la chica de sus sueños. Le cuesta un poco más ganar su confianza pero finalmente la invita a salir y al poco tiempo comienzan una relación veloz y vertiginosa. Jon se entrega a las demandas caprichosas de Bárbara y hasta la invita a conocer a sus padres. La familia de Jon es el núcleo central de la película y el objeto de mi enojo. Tony Danza interpreta al padre (siempre a lo Tony Danza) y todos son reducidos a un estereotipo “ítalo-americano”: cenan en musculosa, a los gritos, no se escuchan, miran la televisión a todo volumen y son católicos, muy practicantes, y hasta van a misa todos los domingos. En definitiva, un acto discriminatorio muy lamentable que salpica a toda la historia. Joseph Gordon-Levitt compone un personaje inverosímil y de caricatura, un verdadero “Mario”, nombre derogatorio que otorgan los estadounidenses a los italianos (tal como a los hispanos les dicen “Pedro”). Y también la caracterización de Scarlett Johansson es deliberadamente grasa y no como un testimonio verdadero sino como un chiste. En la segunda mitad de la película, Jon conoce a Esther (Julianne Moore), una mujer madura y mayor que él (casi la edad de su madre) que ha perdido a su familia en un accidente y, gracias a ella, podrá abandonar la adicción a la pornografía y otras conductas de adolescente tardío. Una de esas cosas que debe abandonar, es la relación con Bárbara que no lleva a buen puerto y cuando lo hace, sus padres se angustian y le dicen que no sabe hacer nada bien. Será su hermana (en su única línea durante todo el film) quien dirá una gran verdad en esa mesa familiar y que pondrá las cosas en su lugar. El personaje de Esther podría haber redimido los errores clasistas de Gordon-Levitt pero, justamente, decidió presentarla como una típica americana blanca y protestante que llega para traernos la razón. En definitiva, Entre sus manos decepciona como comedia, como drama, como comedia romántica y hasta en sus pretensiosos mensajes moralistas que no llegan a cuajar en el espectador.
CONTROL MACHETE Según fue revelado en la primera película en 2010, Isador Cortez, más conocido como Machete, es un policía federal mexicano que luego de ser traicionado por sus superiores, escapa a los Estados Unidos donde busca una vida tranquila y anónima que, por supuesto, no consigue. De inmediato se ve involucrado en una trama de corrupción, racismo y xenofobia y conoce a un grupo de resistencia latina escondido en lugares insospechados. En esta segunda entrega de la franquicia dirigida por Robert Rodríguez, Machete (Danny Trejo) continúa enfrentando a los tipos malos en la clandestinidad y a pura violencia desbocada y sangrienta. Sin embargo, y a pesar de estar fuera de la ley, es contratado por el presidente americano (Charlie Sheen, acreditado como Carlos Estévez, su verdadero nombre) para combatir a un grupo extremista que amenaza con detonar una poderosa arma si sus demandas no son escuchadas. Parte de un género que los críticos de EEUU llaman “mexploitation”, es decir, el aprovechamiento descarado de los clichés y lugares comunes de la cultura mexicana y latina en general, Machete Kills continúa con las aventuras del héroe latino más violento del cine. Nuevamente junto al personaje del título regresan Luz (Michelle Rodríguez) y, en una participación más breve, Sartana Rivera (Jessica Alba) para luchar contra una manga de locos comandados por Marcos Méndez (Demian Bichir) y Luther Voz (Mel Gibson) que quieren destruir la Tierra para luego irse al espacio a fundar una sociedad desde cero. Toda la idea podría ser tomada como un bodrio soporífero pero, afortunadamente, Robert Rodríguez está en el extremo del absurdo y llena la pantalla con explosiones, peleas y mujeres desnudas por aquí y por allá. El director nos ofrece un desfile de sorpresas como el destape hot de Alexa Vega (la ex nena de la saga Mini-espías), la sexualización definitiva de Vanesa Hudgens (ex nena Disney), el debut cinematográfico de la cantante pop Lady Gaga, la absurda participación de las gemelas Avellán (que vendrían a ser las Xipolitakis estilo tex-mex) y hasta un corpiño-ametralladora que dispara balazos desde los pezones. Y por supuesto, una lista de cameos interminable que va desde Antonio Banderas hasta Cuba Gooding Jr. El resultado, sin embargo, es inferior a la primera película de la saga simplemente porque ya no sorprende tanto como antes. Es como un chiste que se cuenta demasiadas veces. Si tenemos en cuenta que todo el asunto surgió de un trailer falso emitido en la película Grindhouse (2007) y que Danny Trejo también interpretó a un personaje llamado Machete en las cuatro películas de Mini-espías (todas de Rodríguez) se podría decir que el efecto está tocando su techo. Aún así, hay lugar en la cinta para anunciar la tercera parte: “Machete kills again…in space”. Creo que estamos muy cerca de presenciar Machete y los Muppets en la corte del Rey Arturo. Para finalizar, ¿alguien puede creer que Danny Trejo tenga 69 años?