Emotiva música del pasado
El cuarto largometraje de Acuña retrata sobre todo un clima interior, el de una amistad, el de un músico y el de un amor.
Con la mirada extraviada en sus recuerdos y en las luces de una ciudad que asoma entre la lluvia, Guille avanza en el asiento del micro hacia un invierno que transcurre en Mar del Plata. Lo acompañan sus fantasmas, símbolos de una tragedia tal vez. Una ruleta, una imagen de él mismo disparando un rifle, tres amigos caminando por las rocas con el sonido de la rompiente. Son los primeros trazos de La vida de alguien, el ingreso a un clima emocional, una cadencia atrapante en la que se desarrolla éste, el cuarto largo de Ezequiel Acuña (Nadar solo, Como un avión estrellado, Excursiones).
Podría ser un ensayo sobre una banda de rock el de Acuña, o la historia de una amistad rota sin querer, la de un disco jamás editado, o de un amor que crece con esa tranquilidad tan propia, a veces exasperante, de sus películas. No tiene importancia. Es todo eso, pero sobre todo es un clima. Un clima interior, donde el reencuentro con amigos vuelve a jugar un papel crucial como en su anterior Excursiones, donde los actores amigos vuelven a ser de la partida, un mundo de jóvenes y no tanto que añoran con melancolía el tiempo que se les escurre en la memoria.
Santiago Pedrero (participó de las cuatro películas de Acuña) es Guille, el músico que vuelve, que intenta rescatar algo de ese pasado, un disco grabado con sus amigos que jamás salió quizás. ¿Es presente o es pasado ese disco? ¿Y la amistad, de qué tiempo es? Lo espera el Gordo (Matías Castelli), la voz de una banda sin tiempo, testigo de aquella ruptura. Y a su vida se asoma Luciana (Ailín Salas), otro enigma para esta historia de invierno, conciencia de la pérdida y la recuperación, de una época, de un sonido que se escapó y vuelve resignificado. Una constante en la obra de Acuña.
La cámara lenta, la banda sonora que pertenece completa al grupo uruguayo La Foca (si ésta es su historia es una linda historia), la estética de videoclip que integra las canciones, letra y música, al relato, son detalles que contextualizan un clima de búsqueda interior. Una búsqueda que Acuña guía entre el presente y el pasado, entre el camino individual y el colectivo, entre la fidelidad a los amigos y las pretensiones de unos productores discográficos sin contemplaciones. El negocio de la música. La música de la vida. La vida de alguien que corre fantasmas guitarra en mano.
El mérito quizá esté en esa amalgama entre el pasado, los personajes, los escenarios, cosido todo con letra y música que acompasan un relato introspectivo, sin estridencias ni exacerbaciones trágicas, naturalmente emotivo.