“La vida de Anna” nos presenta una película de carácter social e intimista, al mejor estilo dardenne. El foco en esta ópera prima de ficción, de Nino Basilia -que deviene del documental- radica –justamente- en la simbiosis de la guionista, directora y también fotógrafa, con la actriz, quienes demuestran cómo -sin tanto despliegue técnico- se puede construir un relato honesto sobre una mujer que intenta mantener la integridad –como pocos- ante una sociedad corrupta que no está interesada en el destino de los ciudadanos.
Aquí, una madre soltera de treinta y cinco (35) años sueña con emigrar a Estados Unidos para darle una mejor calidad de vida a su hijo autista, pese a que trabaja día y noche.
La protagonista, pese a sus grandes reveses, entiende que la solución a sus problemas, no está regida por el afuera, o por las posibilidades del estado que tienden en acallar al individuo como un evidente plan macabro donde el remedio parece natural y adelantado. Por el contrario, da cuenta que el no buscar una salida inmediata, la ubican en un nivel de protesta más efectivo adonde no está sola, y donde el coraje abre caminos desconocidos que son parte de su identidad y que no encontraría en otro lugar que no sea el propio.
Es una oportunidad de conocer una parte de Georgia, país euroasiático que desde mil novecientos noventa y uno (1991) formó parte de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que guarda similitudes con el cinismo y la violencia que rige en todo el mundo, y que son la receta perfecta para la reflexión.