El precio de la dignidad.
Realismo al estilo de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardene se respiran en los intensos 108 minutos que la debutante Nino Basilia, realizadora georgiana, necesitó para sintetizar su ópera prima con el nombre de su protagonista La vida de Anna (2016). Anna es madre soltera y una de las tantas mujeres sostén de hogar en la ciudad de Tiflis, limpia casas ajenas y procura sobrevivir con distintos empleos precarios aunque estudió medicina en la facultad de un país de la ex Unión Soviética hoy llamado Georgia, donde son notables las asimetrías de clase y las agudas problemáticas de la situación social ante un Estado ausente.
Anna (Ekaterine Demetradze) a sus 32 años además tiene un hijo autista, a quien visita cuando puede quitarle minutos a los trabajos o al cuidado de su abuela, de quien se hace cargo a pesar de no tener recursos y sobrevivir, mientras sus anhelos de exilio a Estados Unidos la sumergen en una espiral de malas decisiones en procura de reunir la cantidad de dólares necesaria una vez que en el consulado recibe un trato indiferente ante su situación y pedido de Visa negado.
No solamente por la crudeza del relato sino por la impactante actuación de la protagonista y su temperamento, quien antepone su dignidad delante de cualquier atajo o propuesta obscura para conseguir su meta, el debut cinematográfico de la directora y guionista Nino Basilia es más que alentador sobre todo al no caer en el miserabilismo for export que muchos directores europeos prefieren a la hora de explorar conflictos de gente común como Anna y en situaciones extremas más allá del país o la geografía en que se desarrolle la trama.
Es con ese presente con tanta fuerza de convertirse en futuro esperanzador la garantía y cuota de motivación para seguir apostando al realismo y a su poder en lo que hace al mensaje siempre que se complemente con una gran historia que merezca ser contada.