Seguir viviendo sin tu amor
Con actuaciones solventes de Carlos Belloso y María Onetto, pormomentos la película da en la tecla.
¿Cómo se sigue adelante cuando se termina una pareja que duró muchos años? ¿Cómo se procesa la muerte de una relación tan íntima, familiar? ¿Cómo se supera la distancia y el extrañamiento que, a partir de la ruptura, se siente en presencia del otro? ¿Cómo se asimila descubrir que no conocíamos al otro tan bien como creíamos?
La vida después va al grano: en la primera escena, Juana (María Onetto) le dice a Juan (Carlos Belloso) que quiere separarse. Sin hijos, desacuerdo en cuanto a la división de bienes ni terceros en discordia, no hay discusiones. Con la típica determinación femenina para estas cuestiones, Juana comunica que su amor se terminó, y eso es todo. Mantiene el cariño, un cariño maternal, rayano en la lástima, que es casi más doloroso que el encono. Asistimos, entonces, al intento de reconstrucción moral de ese hombre descolocado. Para algunos, volver a la soltería es una fantasía en la que se oye el ruido de rotas cadenas y se recobra el tiempo perdido. Para otros, como Juan, significa empezar de cero o, peor, retroceder varios casilleros.
Con actuaciones solventes y una filmación con espíritu teatral, desarrollada casi únicamente en interiores, esa primera mitad -basada en experiencias autobiográficas de Pablo Bardauil, guionista y uno de los directores- es la mejor de la película, porque da en la tecla de lo que puede sucederle a un hombre recién separado. Pero Bardauil y Franco Verdoia -ya dirigieron, también juntos, Chile 672 (2007)- no quisieron limitarse a hablar de lo que conocen, sino que intentaron ir más allá, para mostrar también el punto de vista de Juana. Una decisión lógica -después de todo, una pareja está formada por dos personas- y potencialmente rica, pero pobre en su concreción.
Porque para contar el lado femenino de la situación, el guión da un giro brusco, forzado, y la historia se desvía hacia un terreno pantanoso, que quita el foco de la separación y lo coloca sobre zonas menos interesantes. Como si los directores no hubieran confiado del todo en lo que tenían entre manos hasta ese momento, recurrieron al factor sorpresa, que es traicionero: a veces es efectivo y muchas otras, como esta, sólo resulta artificial.