La presente es una película que tiene como protagonistas a las mujeres de una familia. Pensamos en el silencio femenino generalizado por aquellos años. La historia recrea falencias atávicas consensuadas y avaladas por un contexto patriarcal, de generación en generación. El árbol genealógico restituye la estructura familiar al servicio de la construcción política de un líder. La nieta de Juan Gabriel Labaké (defensor legal de Isabel Perón y luego vinculado a Carlos Menem en el partido justicialista) es quien fusiona un tránsito de vida a través de las últimas tres décadas de vida política del país. El dispositivo cinematográfico proyecta aquel registro de video, mientras la mirada feminista pretende ampliar perspectivas antes cercenadas. Capta la realizadora un síntoma de cierto estado de sonambulismo en esas mujeres consignadas a roles de reparto carentes de acción. En parte, se trata de un retrato de aislamiento, y en el pronunciamiento del conflicto existe también un manifiesto colectivo sobre cierto deseo de reescribir ciertos patrones. Sale a la luz material de archivo filmado acerca del ascenso político de Labaké, durante la década del noventa, coyuntura social que, vista hoy retrospectiva, continúa dividiendo las aguas sin término medio alguno. La huella del material fímico dialoga con el registro presente. El archivo audiovisual excede la esfera política, alcanzando la vida familiar. Finalmente, la autora pretende que “La Vida Dormida” se convierta en un díptico que trabaje confundiendo los límites de la realidad y la ficción. Objeto de estudio y soporte utilizado. Es un pasaje de mando generacional, también uno idéntico en cuanto al punto de vista desde quien observa tras la lente. Haydée, la abuela de Natalia, registró la vida desde los márgenes, espió a través de la mirilla aquel paradigma de poder masculinizado. Natalia toma papel protagónico, más de treinta años después, completando el trayecto. Valoramos la posibilidad de un cine interpelándonos directamente, en la distancia accesible del tiempo cinematográfico, que no es el real. Allí donde se esfuma la brecha, entre lo inasible de un recuerdo a la memoria y en aquel registro que no permite borrarlo jamás. Desafiante labor desde lo íntimo y personal para la autora.