Casi no hay adultos en La vida en común, película premiada en la Competencia Argentina del último Bafici. En el fondo puede aparecer muy de vez en cuando alguna maestra de escuela, pero los protagonistas son solo niños. Los chicos y sus perros fieles, inseparables, "socios" en el arte de cazar. Porque la caza (sobre todo la del puma) es parte fundamental de este pueblo originario y de allí surgen varias de las tradiciones, leyendas y ritos de pasaje que la película aborda en imagen y en la voz en off (también infantil).
El protagonista es Uriel, aunque este es también un relato coral, con las dinámicas de grupo cotidianas de estos pibes del Pueblo Nación Ranquel en una zona desértica de la provincia de San Luis. Lo más valioso de la propuesta del guionista y director Ezequiel Yanco es que su retrato es siempre noble y cristalino, sin manipulaciones, sin caer en la demagogia, el pintoresquismo, el paternalismo ni la conmiseración de la corrección política.
El resultado es un film que los mira con respeto, con la mayor naturalidad posible y que en algunos aspectos -aunque en un contexto muy distinto- recuerda a Yatasto, de Hermes Paralluelo. La cámara se queda siempre con ellos, a la distancia justa, a su misma altura, sin excesos ni regodeos, pero sin por eso esconder el rigor de sus condiciones de vida, el profundo desamparo (y desarraigo) que sufren y que al mismo tiempo sobrellevan con absoluta dignidad.