Un director que no supera sus obsesiones
Todd Solondz se repite un poco en esta película sobre judaísmo, pedofilia y terrorismo. O mejor dicho, sobre gente que busca la felicidad con estos fantasmas a cuestas, que parecen ser más o menos los mismos del director de una obra mayúscula como «Felicidad», de la que este film funciona como una especie de subproducto (de hecho, Solondz explicó que ésta sería una secuela de aquel film, pero con otros actores).
Igual que en «Felicidad», aquí hay varias historias fragmentadas, con los personajes presentados muchas veces en elegantes restaurantes donde, en medio de sus a veces escalofriantes dramas personales, los interrumpe la camarera para ver qué quieren pedir.
A medida que avanza la película, el espectador va descubriendo que las distintas parejas de los restaurantes están vinculadas por un lazo familiar, y paulatinamente Solondz va desarrollando, con su particular humor negro habitual, un demoledor relato sobre un chico de casi 13 años a punto de celebrar su bar mitzvah que de buenas a primeras descubre en la escuela que su padre, a quien pensaba muerto, no sólo está vivo, sino también cumpliendo una condena por violador pedófilo. «Perdonar y olvidar» es el lema que se repiten unos a otros los personajes de un film cuyo título original podría haberse traducido perfectamente como «La vida en tiempos de guerra», pero como no hay guerra visible, sino que es apenas mencionada, a sus distribuidores les debe haber parecido bastante raro ya de por sí y le cambiaron el nombre.
Claro que el lema no se ajusta igual a las tres hermanas protagónicas (Shirley Henderson, Allison Janney, Ally Sheedy), ya que a una de ellas se le aparecen fantasmas a los que le resulta difícil perdonar, y mucho menos olvidar (el actor de culto Paul «Pee Wee Herman» Reuben es un espectro, formidable sin duda, que se le aparece hasta en el medio del bar mitzvah). Otra aparición extraña en el film es la de Charlotte Rampling como una mujer misteriosa que busca sexo en el bar de un hotel, se considera a sí misma un monstruo y en verdad actúa como tal.
Las imágenes luminosas de Solondz contrastan a propósito con el mundo interior de sus personajes, que van de lo querible a lo aborrecible, pero el problema de «La vida en tiempos difíciles» es que, más allá de sus logros, se parece demasiado a sus trabajos previos , casi como si el director no pudiera ni olvidar ni perdonar a los fantasmas que lo obsesionan.