Este film es una especie de continuación de Felicidad, aquella oscurísima comedia de costumbres sobre tres hermanas bastante desgraciadas. Aquí los personajes son los mismos aunque los actores son diferentes y Solondz, que cree que el mundo es horrible y que lo único que queda es reírse de él, pone -como siempre- más énfasis en el guión que en la dirección. Han pasado veinte años y todo parece igual de horrible. “Igual” es la clave: ni siquiera peor. Los chistes negros de Todd Solondz hoy parecen más un antojo de adolescente que no quiere crecer que el producto de una reflexión desesperada sobre el mundo. Los actores, impecables.