Rebelde way
No sé quién inventó a Todd Solondz. O quiénes, porque el suyo es todo un caso de creación colectiva. En realidad, dudo que exista realmente, me pregunto si tiene una existencia física, o si apenas es un concepto, un retorcido concepto.
Recuerdo cuando vi Mi vida es mi vida, película infladísima si las hay, todo un giro en el vacío, con protagonistas huecos, sin vitalidad, cuyo título original, Welcome to the dollhouse (“Bienvenidos a la casa de las muñecas”) se correspondía con lo que hacía el realizador con sus personajes, a los que manipulaba como si fueran títeres. En cuanto a Storytelling, tenemos un desfile de situaciones forzadas, esquemáticas, pretendidamente polémicas pero finalmente sólo idiotas. No vi ni Felicidad ni Palindromes, y estoy bastante agradecido por eso.
¿Por qué demonios debería ser valioso el cine de Solondz? ¿Porque exhibe el derrumbe de los valores burgueses, su hipocresía y doble moral? ¿Porque habla de temas espinosos, como la pedofilia? ¿Porque expone el aburrimiento, la superficialidad, la incapacidad para comunicarse de los sectores medios suburbanos en Estados Unidos? ¿Es todo eso realmente novedoso? No. ¿Plantea algún tipo de alternativa? No. ¿Se intuye un tipo de búsqueda superadora? Para nada. Entonces, ¿por qué garpa tanto esa descripción tan banal, facilista y autoindulgente de “lo mal que estamos” que caracteriza al cine no sólo de este muchacho, sino también de otros pedantes, como Paul Haggis, Sam Mendes o Alejandro González Iñárritu?
Con La vida en tiempos difíciles, Solondz construye una secuela de Felicidad, con sus mismos personajes pero interpretados por actores diferentes. Y vuelve a someter a sus personajes, desde el mismo inicio, a momentos ridículos, sin la menor verosimilitud, para probar su visión pesimista del universo. Lo hace hasta extremos indignantes, como cuando una madre le cuenta a su hijo menor cuán húmeda se pone al estar con otro tipo; o cuando el mismo niño interroga a su futuro padrastro sobre si es o no pederasta. Y esos son sólo dos ejemplos, porque en la película abundan los personajes estúpidos y feos, que con cada gesto evidencian una búsqueda de la incomodidad en el espectador.
¿Es eso lo que quiere Solondz? ¿Incomodar? ¿Cree que eso demuestra su inteligencia? ¿Piensa que mostrar seres alienados lo saca a él y al público de la alienación? Será muy astuto, sabrá venderse, pero ni siquiera se da cuenta de que su cine es otra forma de alienación, y ni siquiera es nueva, ni siquiera es original. Sus filmes son variantes repetidas de lo peor del cine independiente. Ni siquiera tiene una identidad nacional u occidental, esta clase de reflexiones que no van a ningún lado ya se vieron demasiadas veces en muchas ocasiones, en largometrajes de todas las nacionalidades.
La vida en tiempos difíciles no sólo es aburrida, sino también cobarde. O más bien, es cobarde en su aburrimiento. Se refugia en el acto de aburrir, porque no se atreve a entretener, a tirarse al vacío, a permitirles a sus protagonistas vivir, lanzarse a la aventura que significa convivir con el mundo, con el mundo real, y no ese submundo de cartulina que arma Solondz. Su gran ambición es provocar, pero sus provocaciones son de pacotilla, son similares a las de los preadolescentes que creen que insultar a un profesor es contestatario. Su relato es un escupitajo inútil en el medio de la lluvia y su mejor destino es la intrascendencia.