Los caminos de la vida… y los desvíos del dramón.
Para aquellos adeptos a la idea de que cada suceso de nuestra vida guarda una correlación con inexorable nuestro destino, La vida misma (Life Itself, 2018) es una película que les viene como anillo al dedo. La excusa perfecta para ver en pantalla dicha idea expresada de forma liviana y descontracturada… bueno, al menos durante los primeros quince minutos.
El director y guionista Dan Fogelman, creador de la aclamada serie This Is Us, nos presenta en apenas su segundo largometraje un relato compuesto por historias interconectadas, en diferentes líneas de tiempo y en dos continentes distintos. Lo que comienza como el racconto de cada uno de los pasos estereotipados de la típica pareja hetero americana (se conocen en la universidad, se enamoran, se van a vivir juntos, se casan y proyectan una familia) interpretados por Oscar Isaac y Olivia Wilde, termina decantando en un drama pesado, doloroso de transitar, tan agobiante que hace perder de vista el mensaje, aquella idea o reflexión que se intentaba hacer llegar inicialmente al espectador.
Como anticipamos, los primeros minutos arrancan de la forma más animada con una narración en off de Samuel L. Jackson, introduciendo al personaje que creemos va a ser el centro del relato, sólo para contradecirse a sí mismo en cuestión de minutos. Tras este inicio auspicioso el film cambia de tono drásticamente al profundizar sobre la historia de Abby y Will (Wilde y Isaac), quienes se ven envueltos en un suceso trágico, cuyas repercusiones se vuelven una suerte de combustible que alimenta tanto directa como indirectamente los cinco capítulos en los que se divide la narración.
Fogelman juega desde el principio con la idea de que no se puede confiar en el narrador omnisciente, sugiriendo que lo contado por este puede no ser del todo confiable. Este concepto también es vertido sobre algunos personajes de La vida misma, generando cierta desconfianza respecto de la historia que se está desarrollando ante nuestros sorprendidos ojos. Si bien se entiende que se trata de un mero artilugio para generar intriga y dar profundidad al relato, la mayoría de las veces el yeite termina desgastando y agotando a su audiencia.
El guión supo ser uno de los integrantes de la famosa black list hollywoodense, esa lista que reúne los proyectos más buscados por los productores y los estudios, esas historias que (se supone) deberían ser un éxito garantizado en las salas. Tal vez el único hecho que escapó a la mente de todos los involucrados es que la creación de Fogelman está convencida sobre su función heroica de sacarnos la venda de los ojos, de exponer ante nosotros una realidad supuestamente vedada, cuando en realidad entrega verdades dignas de un libro de autoayuda, en un relato que recrudece el drama para buscar un golpe de efecto y la lágrima fácil.
Además de los mencionados, otros interpretes del calibre de Antonio Banderas, Annette Bening, Mandy Patinkin y Olivia Cooke son desaprovechados en una obra que debería haberle hecho caso a esos quince minutos iniciales, evitando amargar innecesariamente a sus espectadores en pos de demostrar una moraleja tan obvia que termina generando vergüenza ajena.