La segunda película de Dan Fogelman como director, "La vida misma", es un melodrama coral tan sobrecargado que termina por agobiar al espectador. Dan Fogelman se hizo un nombre dentro de la industria de Hollywood. Como guionista, varias películas de Disney ("Enredados" y "Bolt") y Pixar ("Cars" y su secuela), tienen su firma.
"Loco y estúpido amor", clásico instantáneo de la comedia romántica actual, también tiene guion suyo. Lo mismo para "Last Vegas", que sin ser una gran película, es de lo mejorcito de ese fatídico género de ancianos comportándose como jóvenes ridículos. También es conocido en la televisión por la popular "This is Us", con la que terminó por posicionarse como guionista de oro.
Sin embargo, a la hora de dirigir, pareciera no tener el mejor tino para encarar proyector. "Danny Collins", su ópera prima, es una de las peores películas que encaró el actual Al Pacino de capa caída. Ahora, en su segundo trabajo, "La vida misma", lejos de mejorar el promedio, lo tira para abajo. "La vida misma" sigue la mecánica que hizo popular Robert Altman, y estandarizó excelentemente Richard Curtis en "Realmente amor".
Pero aparte de ellos dos, son pocos los que han tenido fortuna a la hora de presentar un drama, o comedia dramática coral, empezando por el último Garry Marshall, y terminando con este Fogelman.
Una historia que va y viene en el tiempo, con distintas generaciones, de un continente a otro, que se linkean apenas lo suficiente para tener ilación, y se ramifican hacia todos los costados. Este juego es una tentación para perderse en dar consejos de vida y autoayuda, poner a los personajes a arrojar máximas y hacerlos vivir situaciones edificantes; y Fogelman cede demasiado rápido y profundo.
Marisa Tomei decía en "Sólo Tu", que el destino está escrito en las estrellas, como una forma poética de decir que el destino ya está escrito y que siempre nos alcanzará. Claro, en aquel film romántico, era un postulado para luego ser desmentido y querer demostrar que en verdad el destino, o el amor, es inesperado, y hay que salir a buscarlo.
Por el contrario, "La vida misma" se toma la cosa del destino muy en serio, y jugando al efecto mariposa de un modo obvio, hará que los hechos de uno, repercutan en otras historias, a lo largo del tiempo, como una larga cadena de buena fe.
El relato en off de Samuel L. Jackson guía, al principio nos engaña, pero no, los protagonistas o epicentro son Olivia Wilde y Oscar Isaac, o Abby y Will; una pareja prototípica que cumple el sueño de todo normado.
Se conocen estando en la universidad, y de ahí la relación irá quemando todas las etapas, la convivencia, el matrimonio y la proyección de la familia; pero no, hay que empezar con los dramas.
Esta parejita será el disparador para todo lo demás, componiendo un total de cinco episodios intercalados.
Quizás, cada uno de estos cinco, presentados de forma individual, hubiesen servido de base para capítulos de "Alta Comedia" o "Teatro como la vida", o "La comedia de Darío Vittori"; todas cosas que veinte o más años atrás funcionaban, en otro contexto, en otro formato, que no es para nada, lo que propone Dan Fogelman.
A Isaac y Wilde (Jackson es sólo voz en un off y una pequeña aparición), se le suman Antonio Banderas (porque la historia va de Nueva York a España), Olivia Cooke, Laia Costa, Annette Bening, Mandy Patinkin, Jane Smart, y Sergio Peris Mencheta, entre otros; todos actores de peso y renombre que Fogelman trata de conducir de modo correcto, aunque apenas lo logra, en medio de un guion de vuelo muy bajo.
La idea pudo resultar simpática, de haber sido tomada a la ligera, pero no, el tono edificante, y la permanente búsqueda de verosimilitud, es lo que termina por arruinarlo todo.
Desde el guion, Fogelman se encargó de darle forma a un proyecto que hace años rondaba por Hollywood, y al que nadie se la animaba por su megalomanía, pero que parecía un número puesto de éxito. Como prueba de que el destino no es tan certero, lo que en la previa parecía que no podía fallar, plasmado como película se estanca y no despega de su pantanosa moralina.
"La vida misma" está tan empecinada en arrojar consejos, en hacernos ver que nuestros actos tienen consecuencias, y en marcarnos cómo debemos actuar frente a determinados hechos, que se olvida de construir una narración sólida y de interés.
Abunda el melodrama, el golpe bajo, la moralina, y el inverosímil comportamiento biempensante. Escasea la frescura y la naturalidad. Quizás, más cercano a "La vida misma" sea aquel film dirigido por Chaz Palminteri, "Noel".
Pero aún aquel, con sus escasas intenciones, conseguía un relato coral más simple y entretenido. Fogelman tenía en sus manos algo enorme y se empalaga, comienza a arrojar consejos y lugares comunes, a forzarnos el llanto o la emoción.
En el medio, se olvida que todo lo que debía hacer era construir una película para esta época navideña de buenas, pero sobre todo, pasatistas intenciones. "La vida misma" es tan pasatista en estas fiestas como una nuez tragada entera con cáscara y todo; indigerible.